Artículo publicado en El Mundo el 22 de noviembre de 2007
Si hace unos años alguien nos hubiera dicho que se podía vivir del aire, nos hubiéramos echado a reír. Y si nos hubiera tratado de convencer de que aprovechando la corriente de esa mezcla gaseosa que forma la atmósfera podíamos producir energía eléctrica, lo hubiéramos tachado de demente.
Vivir del aire no es ninguna utopía, y eso lo saben bien los miembros de Corporación Eólica de Huelva, que están llevando a cabo el proyecto del parque eólico que se va a construir en el Espigón y del que forma parte El Monte como socio empresarial. La energía eólica es un negocio muy rentable y todos quieren pillar tajada de este suculento pastel.
El presidente de Corporación Eólica ha asegurado a la prensa que el proyecto cuenta con el consenso de la sociedad onubense en general. ¿Se ha consultado al pueblo de Mazagón, que es el más afectado directamente? No. Y no se ha consultado porque la respuesta sería muy clara. Para Mazagón la instalación de este parque supone una agresión a su entorno natural y un varapalo para la economía de sus habitantes. Una localidad turística en crecimiento no puede tolerar que ningún tipo de industria trunque su futuro.
Hasta ahora se nos ha presentado este parque como la panacea que va a curar todos los males del planeta, como un servicio que va a contribuir a que España cumpla con el protocolo de Kioto para luchar contra el cambio climático. Nada más lejos de la realidad, porque este parque no va a sustituir a las centrales contaminantes existentes. Con los 50 megavatios que va a producir, unidos a los producidos por Endesa y Unión Fenosa, Huelva tendrá energía suficiente para suministrar a otras provincias. Pero lo más lamentable es que el dinero que se genere no se quede aquí, sino que vaya a parar muy lejos de Huelva, y se destine a montar industrias menos agresivas en otras ciudades.
Los parques eólicos no son ni tan verdes ni tan inofensivos como los pintan. Aunque no es una industria nueva, pues los primeros molinos se comenzaron a montar en la década de los ochenta, pueden tener efectos negativos que todavía desconocemos. En Dinamarca, Estados Unidos y Alemania, se están desmontando parques por el nefasto efecto que tienen en los ecosistemas locales. Provocan cambios climáticos al mezclarse las corrientes aéreas (más secas), con las más cercanas al suelo (más húmedas).
No se nos puede presentar pues, esta industria como un servicio a la naturaleza, sino como un negocio, un negocio que está torturando la naturaleza de toda la geografía española. Se construyen con muy poca inversión y mucha subvención, y no tienen costes de producción. El único gasto que tienen es el de mantenimiento, y la mano de obra es mínima: un operario por cada diez molinos. El kilovatio instalado en un aerogenerador cuesta 850 euros, mientras que el de una central nuclear sale por 3.600 euros. A todas estas ventajas hay que sumarle las subvenciones de la Unión Europea, del Ministerio de Industria y de la Junta de Andalucía. Un pelotazo para los inversores.
José Antonio Mayo Abargues
Si hace unos años alguien nos hubiera dicho que se podía vivir del aire, nos hubiéramos echado a reír. Y si nos hubiera tratado de convencer de que aprovechando la corriente de esa mezcla gaseosa que forma la atmósfera podíamos producir energía eléctrica, lo hubiéramos tachado de demente.
Vivir del aire no es ninguna utopía, y eso lo saben bien los miembros de Corporación Eólica de Huelva, que están llevando a cabo el proyecto del parque eólico que se va a construir en el Espigón y del que forma parte El Monte como socio empresarial. La energía eólica es un negocio muy rentable y todos quieren pillar tajada de este suculento pastel.
El presidente de Corporación Eólica ha asegurado a la prensa que el proyecto cuenta con el consenso de la sociedad onubense en general. ¿Se ha consultado al pueblo de Mazagón, que es el más afectado directamente? No. Y no se ha consultado porque la respuesta sería muy clara. Para Mazagón la instalación de este parque supone una agresión a su entorno natural y un varapalo para la economía de sus habitantes. Una localidad turística en crecimiento no puede tolerar que ningún tipo de industria trunque su futuro.
Hasta ahora se nos ha presentado este parque como la panacea que va a curar todos los males del planeta, como un servicio que va a contribuir a que España cumpla con el protocolo de Kioto para luchar contra el cambio climático. Nada más lejos de la realidad, porque este parque no va a sustituir a las centrales contaminantes existentes. Con los 50 megavatios que va a producir, unidos a los producidos por Endesa y Unión Fenosa, Huelva tendrá energía suficiente para suministrar a otras provincias. Pero lo más lamentable es que el dinero que se genere no se quede aquí, sino que vaya a parar muy lejos de Huelva, y se destine a montar industrias menos agresivas en otras ciudades.
Los parques eólicos no son ni tan verdes ni tan inofensivos como los pintan. Aunque no es una industria nueva, pues los primeros molinos se comenzaron a montar en la década de los ochenta, pueden tener efectos negativos que todavía desconocemos. En Dinamarca, Estados Unidos y Alemania, se están desmontando parques por el nefasto efecto que tienen en los ecosistemas locales. Provocan cambios climáticos al mezclarse las corrientes aéreas (más secas), con las más cercanas al suelo (más húmedas).
No se nos puede presentar pues, esta industria como un servicio a la naturaleza, sino como un negocio, un negocio que está torturando la naturaleza de toda la geografía española. Se construyen con muy poca inversión y mucha subvención, y no tienen costes de producción. El único gasto que tienen es el de mantenimiento, y la mano de obra es mínima: un operario por cada diez molinos. El kilovatio instalado en un aerogenerador cuesta 850 euros, mientras que el de una central nuclear sale por 3.600 euros. A todas estas ventajas hay que sumarle las subvenciones de la Unión Europea, del Ministerio de Industria y de la Junta de Andalucía. Un pelotazo para los inversores.
José Antonio Mayo Abargues