El mapa de Anastasio
Francisco Correal
FUENTE: www.diariodecadiz.es
Viernes, 29 de agosto de 2008
EL profesor Manuel González de Molina le decía a mi compañera Rocío Martín que hay una nueva legión de ejecutivos que quieren comerse el mundo y no saben geografía. Hay gente que viaja mucho y no sabe dónde ha estado, olvidando que las cosas y los sitios sólo se conquistan cuando les ponemos un nombre. Somos lo que nos llamamos. El otro día asistí a una hermosa lección de geografía. Lo que veía a uno y otro lado del autobús era una metáfora de las contradicciones de este mundo. Allí se daban cita el trabajo y la diversión, la modernidad y la tradición, la belleza y el horror. Y encima tuve la inmensa fortuna de que en el asiento delantero viajaba un inesperado cicerone que de forma espontánea se convirtió en guía de este viaje al corazón de las paradojas.
El autobús viajaba de MAZAGÓN a Huelva. "Se van los turistas y llegan los inmigrantes", decía mi guía señalando los campos preparados para la fresa, esa fruta a la que le hablan en polaco, en árabe y en rumano. El guía se llamaba Anastasio y tenía acento castellano. Cada persona es una lección de geografía. Burgalés de Los Valcárceles, disfrutaba de una merecida jubilación en compañía de Loli, su esposa, onubense de Bonares, ese pueblo que aparece en las sevillanas del Pali. Iban a coger una canoa hasta Punta Umbría. Fueron emigrantes durante treinta y cinco años en Barcelona y ahora, cuando se vayan los turistas y lleguen los inmigrantes, aguardarán el otoño y el invierno en MAZAGÓN, donde ya cuentan con un instituto en el que los alumnos pueden recitar a Juan Ramón y repasar los viajes de Cristóbal Colón, iconos grandiosos de Moguer y de Palos, los municipios que comparten el gobierno de este paraíso.
Juan Ramón se fue a América a morir. Colón se fue a América a nacer. La llenó de palabras, como si el almirante le enmendara la plana al poeta. Uno descubrió un continente, el otro un contenido. Exportaron la paradoja, el contraste. Los ojos del viajero escribían mentalmente una micronovela de Sandor Marai: los humos de la refinería, nubes tóxicas del progreso, dibujaban una de las páginas más hermosas del libro de la vida. La fresa aguarda a sus recolectores. Los lugares colombinos. El epíteto del mestizaje que rotula el estadio del club decano del fútbol español, que en su nueva ubicación parece un barco timoneado por marineros dispuestos a ganar la Copa Libertadores.
El burgalés que emigró a Cataluña y reside en MAZAGÓN, hijo de las Españas, esboza una sonrisa cuando su interlocutor le habla de topónimos de su tierra: Belorado, Medina de Pomar, patria chica de la morcilla de arroz y de Pereda, asistente en el gol de Marcelino al ruso Yashin, o de Covarrubias, orgullo de la olla podrida y de la princesa noruega que fue esposa de un arzobispo de Sevilla.
Francisco Correal
FUENTE: www.diariodecadiz.es
Viernes, 29 de agosto de 2008
EL profesor Manuel González de Molina le decía a mi compañera Rocío Martín que hay una nueva legión de ejecutivos que quieren comerse el mundo y no saben geografía. Hay gente que viaja mucho y no sabe dónde ha estado, olvidando que las cosas y los sitios sólo se conquistan cuando les ponemos un nombre. Somos lo que nos llamamos. El otro día asistí a una hermosa lección de geografía. Lo que veía a uno y otro lado del autobús era una metáfora de las contradicciones de este mundo. Allí se daban cita el trabajo y la diversión, la modernidad y la tradición, la belleza y el horror. Y encima tuve la inmensa fortuna de que en el asiento delantero viajaba un inesperado cicerone que de forma espontánea se convirtió en guía de este viaje al corazón de las paradojas.
El autobús viajaba de MAZAGÓN a Huelva. "Se van los turistas y llegan los inmigrantes", decía mi guía señalando los campos preparados para la fresa, esa fruta a la que le hablan en polaco, en árabe y en rumano. El guía se llamaba Anastasio y tenía acento castellano. Cada persona es una lección de geografía. Burgalés de Los Valcárceles, disfrutaba de una merecida jubilación en compañía de Loli, su esposa, onubense de Bonares, ese pueblo que aparece en las sevillanas del Pali. Iban a coger una canoa hasta Punta Umbría. Fueron emigrantes durante treinta y cinco años en Barcelona y ahora, cuando se vayan los turistas y lleguen los inmigrantes, aguardarán el otoño y el invierno en MAZAGÓN, donde ya cuentan con un instituto en el que los alumnos pueden recitar a Juan Ramón y repasar los viajes de Cristóbal Colón, iconos grandiosos de Moguer y de Palos, los municipios que comparten el gobierno de este paraíso.
Juan Ramón se fue a América a morir. Colón se fue a América a nacer. La llenó de palabras, como si el almirante le enmendara la plana al poeta. Uno descubrió un continente, el otro un contenido. Exportaron la paradoja, el contraste. Los ojos del viajero escribían mentalmente una micronovela de Sandor Marai: los humos de la refinería, nubes tóxicas del progreso, dibujaban una de las páginas más hermosas del libro de la vida. La fresa aguarda a sus recolectores. Los lugares colombinos. El epíteto del mestizaje que rotula el estadio del club decano del fútbol español, que en su nueva ubicación parece un barco timoneado por marineros dispuestos a ganar la Copa Libertadores.
El burgalés que emigró a Cataluña y reside en MAZAGÓN, hijo de las Españas, esboza una sonrisa cuando su interlocutor le habla de topónimos de su tierra: Belorado, Medina de Pomar, patria chica de la morcilla de arroz y de Pereda, asistente en el gol de Marcelino al ruso Yashin, o de Covarrubias, orgullo de la olla podrida y de la princesa noruega que fue esposa de un arzobispo de Sevilla.