FOTO: MAZAGÓN BEACH
REFLEXIONES SOBRE EL BOTELLÓN EN MAZAGÓN
Publicado en Huelva Información el 26 de agosto de 2008
El botellón, ese fenómeno social que tuvo su origen en los años 80 como alternativa barata frente a los precios abusivos de los bares de copas, está cada día más en auge, pese a que la ley antibotellón, que ha demostrado ser un rotundo fracaso, intentara cortarlo de raíz.
Las consecuencias de estas concentraciones, donde en la mayoría de los casos se bebe desmesuradamente, no dejan a nadie indiferente. Durante muchos años los vecinos de la calle El Negro y alrededores, vivieron entre botellas, plásticos, orines y vomitonas, teniendo que soportar el excesivo ruido del propio bullicio y de las discotecas ambulantes instaladas en los maleteros de los coches. Las continuas denuncias de los vecinos que no podían descansar antes de ver el sol, llevaron a las autoridades municipales a buscar otra ubicación menos molesta y, poco a poco, el botellón se fue desplazando al Parque Municipal. Pero poco después comenzaron las primeras quejas de los detractores de esta ubicación por los numerosos daños que provoca, y hoy la opinión de que este escenario no es el más adecuado para el botellódromo es generalizada.
Al día siguiente, el pestilente olor a letrina y alcohol te echa para atrás, y los jardines aparecen sembrados de bolsas de plástico, vasos y botellas, un peligro para los niños, principales usuarios del parque, pues, por muy exhaustiva que sea la limpieza, siempre quedan restos de cristales. Esta situación requiere una rápida y sensata actuación de las autoridades municipales para salvaguardar este precioso espacio público.
«¡Que se apliquen a rajatabla la ley que prohíbe beber en la calle!». «Que vayan al medio del campo, que allí no molestan a nadie». Cosas como estas estamos cansados de escucharlas todos los días, pero son soluciones de barra de bar que no nos llevan a ninguna parte. Los jóvenes necesitan divertirse y tienen todo el derecho del mundo a hacer botellones, porque con ello disfrutan y fomentan sus relaciones sociales. Tienen muchas cosas en común: un trabajo inestable, un futuro incierto, la imposibilidad de comprar una vivienda, y un presupuesto muy limitado que no les permiten pasar la noche en bares o discotecas. En realidad lo que buscan es pasar un rato agradable sin gastar mucho dinero, y a veces lo hacen bajo unas condiciones meteorológicas adversas. No les queda otra
No me gustaría que estas reflexiones se entiendan como una apología del alcohol, sino como una defensa del derecho al disfrute de los jóvenes. No podemos ser intolerantes con ellos, porque si echamos la vista atrás, cuando nosotros hacíamos nuestros guateques también molestábamos y también bebíamos alcohol en la calle. ¿No es mejor que un joven tome una copa de más de un buen alcohol, a que tome una adulterada en uno de esos bares de copas que se están haciendo de oro a costa de envenenar a los chavales? Tampoco nos debemos alarmar porque algunos menores beban alcohol en estas concentraciones, pues en todas las generaciones, los jóvenes han probado el alcohol antes de cumplir la mayoría de edad. Claro que nadie aprueba que sus hijos beban a estas edades, pero no seamos hipócritas y aceptemos esta realidad. Ellos tienen el mismo derecho que nosotros a hacer cosas estúpidas y a equivocarse. La vida los pondrá después en su sitio.
Perseguir el botellón hasta erradicarlo es una medida equivocada, porque el botellón únicamente se acabará cuando los jóvenes decidan cambiar sus pautas de diversión. El problema es muy complejo, y las autoridades no lo tienen fácil, pero han de tener voluntad para encontrar una solución mediante el diálogo y la reflexión que satisfaga a jóvenes y mayores, y que garantice la convivencia ciudadana. No se trata de desplazarlos a un gueto y quitarse el problema de encima, sino de buscar otras alternativas donde ellos se encuentren a gusto. Tal vez ese lugar sea el polígono industrial “Los Pinos”, aprovechando la armonía ambiental de las discotecas que se encuentran allí. Para ello habría que habilitar una zona y dotarla de servicios públicos, contenedores de basura, vidrio y plástico. El inconveniente puede estar en la carretera general que hay que cruzar, y donde todos los fines de semana ponen controles de alcoholemia. Y claro, todos no tienen un chollo de amigo que bebe solo Coca-Cola.
José Antonio Mayo Abargues
Publicado en Huelva Información el 26 de agosto de 2008
El botellón, ese fenómeno social que tuvo su origen en los años 80 como alternativa barata frente a los precios abusivos de los bares de copas, está cada día más en auge, pese a que la ley antibotellón, que ha demostrado ser un rotundo fracaso, intentara cortarlo de raíz.
Las consecuencias de estas concentraciones, donde en la mayoría de los casos se bebe desmesuradamente, no dejan a nadie indiferente. Durante muchos años los vecinos de la calle El Negro y alrededores, vivieron entre botellas, plásticos, orines y vomitonas, teniendo que soportar el excesivo ruido del propio bullicio y de las discotecas ambulantes instaladas en los maleteros de los coches. Las continuas denuncias de los vecinos que no podían descansar antes de ver el sol, llevaron a las autoridades municipales a buscar otra ubicación menos molesta y, poco a poco, el botellón se fue desplazando al Parque Municipal. Pero poco después comenzaron las primeras quejas de los detractores de esta ubicación por los numerosos daños que provoca, y hoy la opinión de que este escenario no es el más adecuado para el botellódromo es generalizada.
Al día siguiente, el pestilente olor a letrina y alcohol te echa para atrás, y los jardines aparecen sembrados de bolsas de plástico, vasos y botellas, un peligro para los niños, principales usuarios del parque, pues, por muy exhaustiva que sea la limpieza, siempre quedan restos de cristales. Esta situación requiere una rápida y sensata actuación de las autoridades municipales para salvaguardar este precioso espacio público.
«¡Que se apliquen a rajatabla la ley que prohíbe beber en la calle!». «Que vayan al medio del campo, que allí no molestan a nadie». Cosas como estas estamos cansados de escucharlas todos los días, pero son soluciones de barra de bar que no nos llevan a ninguna parte. Los jóvenes necesitan divertirse y tienen todo el derecho del mundo a hacer botellones, porque con ello disfrutan y fomentan sus relaciones sociales. Tienen muchas cosas en común: un trabajo inestable, un futuro incierto, la imposibilidad de comprar una vivienda, y un presupuesto muy limitado que no les permiten pasar la noche en bares o discotecas. En realidad lo que buscan es pasar un rato agradable sin gastar mucho dinero, y a veces lo hacen bajo unas condiciones meteorológicas adversas. No les queda otra
No me gustaría que estas reflexiones se entiendan como una apología del alcohol, sino como una defensa del derecho al disfrute de los jóvenes. No podemos ser intolerantes con ellos, porque si echamos la vista atrás, cuando nosotros hacíamos nuestros guateques también molestábamos y también bebíamos alcohol en la calle. ¿No es mejor que un joven tome una copa de más de un buen alcohol, a que tome una adulterada en uno de esos bares de copas que se están haciendo de oro a costa de envenenar a los chavales? Tampoco nos debemos alarmar porque algunos menores beban alcohol en estas concentraciones, pues en todas las generaciones, los jóvenes han probado el alcohol antes de cumplir la mayoría de edad. Claro que nadie aprueba que sus hijos beban a estas edades, pero no seamos hipócritas y aceptemos esta realidad. Ellos tienen el mismo derecho que nosotros a hacer cosas estúpidas y a equivocarse. La vida los pondrá después en su sitio.
Perseguir el botellón hasta erradicarlo es una medida equivocada, porque el botellón únicamente se acabará cuando los jóvenes decidan cambiar sus pautas de diversión. El problema es muy complejo, y las autoridades no lo tienen fácil, pero han de tener voluntad para encontrar una solución mediante el diálogo y la reflexión que satisfaga a jóvenes y mayores, y que garantice la convivencia ciudadana. No se trata de desplazarlos a un gueto y quitarse el problema de encima, sino de buscar otras alternativas donde ellos se encuentren a gusto. Tal vez ese lugar sea el polígono industrial “Los Pinos”, aprovechando la armonía ambiental de las discotecas que se encuentran allí. Para ello habría que habilitar una zona y dotarla de servicios públicos, contenedores de basura, vidrio y plástico. El inconveniente puede estar en la carretera general que hay que cruzar, y donde todos los fines de semana ponen controles de alcoholemia. Y claro, todos no tienen un chollo de amigo que bebe solo Coca-Cola.
José Antonio Mayo Abargues