Los ayuntamientos de los núcleos playeros de Matalascañas y Mazagón han logrado conciliar los intereses de jóvenes y vecinos trasladando la movida a espacios acotados, como exige la Ley Antibotellón
Fuente: Huelva Información
Carlos López / Mazagón
Desde el nacimiento del botellón como fenómeno social, hace ya cerca de tres lustros, su práctica ha sido germen de enfrentamientos entre vecinos y jóvenes. La dificultad para casar el derecho de los adultos a descansar y conciliar el sueño comenzó a chocar frontalmente cuando en muchas ocasiones sus propios retoños decidieron trasladar el ambiente de copas a la propia vía pública. Lo que comenzó siendo una protesta o boicot en toda regla contra los precios en las discotecas, el filtro del tiempo lo convirtió en un fenómeno de masas y en un problema social sempiterno, alimentado en la costa por la presencia de miles de jóvenes durante el fin de semana y por el hecho de que las suaves temperaturas nocturnas invitasen a tomar la calle. Un cóctel que contribuyó a que las disputas generacionales creciera exponencialmente.
Este verano la situación parece haber virado y tanto en Mazagón como en Matalascañas el botellón ha comenzado un periodo de reconciliación con la sociedad. Y no por el hecho de que la crisis lastre la presencia de jóvenes. Concretamente y según la propia concejala de playa, Melanie Romero, en la avenida de las Adelfas de la costa almonteña cada fin de semana se reúnen en torno a 2.500 y 3.000 personas. Es precisamente la aceptación de los jóvenes del emplazamiento propuesto por la Administración el que ha obrado el milagro de que la liturgia de tomar las copas en la calle hasta el amanecer no desencadene un problema vecinal.
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Carlos López / Mazagón
Desde el nacimiento del botellón como fenómeno social, hace ya cerca de tres lustros, su práctica ha sido germen de enfrentamientos entre vecinos y jóvenes. La dificultad para casar el derecho de los adultos a descansar y conciliar el sueño comenzó a chocar frontalmente cuando en muchas ocasiones sus propios retoños decidieron trasladar el ambiente de copas a la propia vía pública. Lo que comenzó siendo una protesta o boicot en toda regla contra los precios en las discotecas, el filtro del tiempo lo convirtió en un fenómeno de masas y en un problema social sempiterno, alimentado en la costa por la presencia de miles de jóvenes durante el fin de semana y por el hecho de que las suaves temperaturas nocturnas invitasen a tomar la calle. Un cóctel que contribuyó a que las disputas generacionales creciera exponencialmente.
Este verano la situación parece haber virado y tanto en Mazagón como en Matalascañas el botellón ha comenzado un periodo de reconciliación con la sociedad. Y no por el hecho de que la crisis lastre la presencia de jóvenes. Concretamente y según la propia concejala de playa, Melanie Romero, en la avenida de las Adelfas de la costa almonteña cada fin de semana se reúnen en torno a 2.500 y 3.000 personas. Es precisamente la aceptación de los jóvenes del emplazamiento propuesto por la Administración el que ha obrado el milagro de que la liturgia de tomar las copas en la calle hasta el amanecer no desencadene un problema vecinal.
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