La casa forestal de El Vigía, ya desaparecida, estaba situada frente a la urbanización Miramar, en una finca rodeada de pinos mirando al mar. Era propiedad del Patrimonio Forestal del Estado, y por ella pasaron varias familias dedicadas a la custodia del monte. Más tarde fue adquirida por la empresa Ciparsa, su último propietario.
Los últimos habitantes de esta casa fueron José Martín Franco y Caridad Marcelo Fuentes, un matrimonio con seis hijos, cinco de los cuales nacieron allí. Esta familia, que procedía de Aznalcazar (Sevilla), vino a Mazagón porque José encontró trabajo como albañil en la urbanización Ciparsa. Las condiciones de vida fueron duras, ya que la vivienda no estaba en muy buenas condiciones, había escasos vecinos en los alrededores y se encontraban muy retirados del centro de la localidad, a la que llegaban por un camino prácticamente intransitable. La casa tenía tres habitaciones y un minúsculo cuarto de baño con una pequeña bañera de cemento que construyó José. Contaba con luz eléctrica que era suministrada por la empresa Ciparsa, pero el agua la tenían que acarrear en barreños de las obras de la urbanización Lusitania, que se estaba construyendo en aquella época; pues aunque había un pozo junto a la casa, el agua no era potable y la utilizaban sólo para regar las plantas.
La casa creció a raíz de que Antonia, una de las hijas cayó enferma de pulmonía, y el matrimonio pensó que había que hacer algo para proteger a su hija de aquella humedad que le había provocado esa infección respiratoria que estaba afectando a sus pulmones. El sitio elegido para construir una nueva habitación fue el gallinero adosado a la casa, que fue cubierto con una techumbre de paneles de madera.
Los niños iban al colegio San Jorge de Palos de la Frontera, y tenían que cruzar, campo a través, hasta la finca Las Madres para coger el autobús escolar que comenzaba su recorrido en la Torre del Oro, pasando por el Poblado Forestal y la Barriada San José. En los días de lluvia llegaban al colegio con la ropa y los zapatos empapados y tenían que soportar todo el día la humedad en sus cuerpos. Más tarde, cuando se hizo la carretera N-442 de Huelva a Mazagón, Caridad solicitó a la empresa de autobuses Damás una parada en esa zona, y José les construyó un chozo de retama al pie de la carretera para protegerlos del frío y el agua.
Los últimos habitantes de esta casa fueron José Martín Franco y Caridad Marcelo Fuentes, un matrimonio con seis hijos, cinco de los cuales nacieron allí. Esta familia, que procedía de Aznalcazar (Sevilla), vino a Mazagón porque José encontró trabajo como albañil en la urbanización Ciparsa. Las condiciones de vida fueron duras, ya que la vivienda no estaba en muy buenas condiciones, había escasos vecinos en los alrededores y se encontraban muy retirados del centro de la localidad, a la que llegaban por un camino prácticamente intransitable. La casa tenía tres habitaciones y un minúsculo cuarto de baño con una pequeña bañera de cemento que construyó José. Contaba con luz eléctrica que era suministrada por la empresa Ciparsa, pero el agua la tenían que acarrear en barreños de las obras de la urbanización Lusitania, que se estaba construyendo en aquella época; pues aunque había un pozo junto a la casa, el agua no era potable y la utilizaban sólo para regar las plantas.
La casa creció a raíz de que Antonia, una de las hijas cayó enferma de pulmonía, y el matrimonio pensó que había que hacer algo para proteger a su hija de aquella humedad que le había provocado esa infección respiratoria que estaba afectando a sus pulmones. El sitio elegido para construir una nueva habitación fue el gallinero adosado a la casa, que fue cubierto con una techumbre de paneles de madera.
Los niños iban al colegio San Jorge de Palos de la Frontera, y tenían que cruzar, campo a través, hasta la finca Las Madres para coger el autobús escolar que comenzaba su recorrido en la Torre del Oro, pasando por el Poblado Forestal y la Barriada San José. En los días de lluvia llegaban al colegio con la ropa y los zapatos empapados y tenían que soportar todo el día la humedad en sus cuerpos. Más tarde, cuando se hizo la carretera N-442 de Huelva a Mazagón, Caridad solicitó a la empresa de autobuses Damás una parada en esa zona, y José les construyó un chozo de retama al pie de la carretera para protegerlos del frío y el agua.
En aquella época sacar adelante a seis hijos no era tarea fácil, y aunque José trabajaba de sol a sol, el dinero para sustentar a esta familia numerosa no llegaba. Caridad se tuvo que poner a trabajar en la casa del Práctico del puerto, frente al muelle de El Vigía, desde donde podía observar su casa y tener un cierto control sobre los niños. A parte de su salario, Caridad solía llegar a casa cargada de pescado y tabaco que le regalaba el Práctico.
Cuando algún niño se ponía enfermo lo tenían que llevar al consultorio de Palos, y eso suponía emplear la mañana entera. José tuvo que aprender a poner inyecciones, y cuando el médico las prescribía, era él quien se las ponía a sus hijos, y así evitaba algunos desplazamientos. Unos años después se abrió un consultorio en la Avenida Fuentepiña, en el local donde ahora se encuentra el comedor del restaurante El Choco.
Llevar a la peluquería a seis niños era un gasto extraordinario que la familia no podía soportar, y José tuvo que aprender también a cortar el pelo a sus hijos, aunque el corte era el mismo para las hembras que para los varones. Cuando terminaba su jornada laboral, José se dedicaba a hacer “chapuces” en las viviendas de Ciparsa; después hacía la compra a su mujer en el supermercado Casa Hilaria, el único establecimiento que había por entonces. Para rematar la faena este trabajador incansable entregado en vida y alma a sus hijos durante toda su vida, trabajaba de camarero en el bar de Hilaria.
José, Caridad y sus seis hijos vivieron en la casa ocho años, hasta que se mudaron a la Barriada San José, donde nacieron Rocío y “Nico”, los últimos retoños de esta familia.
José Antonio Mayo Abargues
Cuando algún niño se ponía enfermo lo tenían que llevar al consultorio de Palos, y eso suponía emplear la mañana entera. José tuvo que aprender a poner inyecciones, y cuando el médico las prescribía, era él quien se las ponía a sus hijos, y así evitaba algunos desplazamientos. Unos años después se abrió un consultorio en la Avenida Fuentepiña, en el local donde ahora se encuentra el comedor del restaurante El Choco.
Llevar a la peluquería a seis niños era un gasto extraordinario que la familia no podía soportar, y José tuvo que aprender también a cortar el pelo a sus hijos, aunque el corte era el mismo para las hembras que para los varones. Cuando terminaba su jornada laboral, José se dedicaba a hacer “chapuces” en las viviendas de Ciparsa; después hacía la compra a su mujer en el supermercado Casa Hilaria, el único establecimiento que había por entonces. Para rematar la faena este trabajador incansable entregado en vida y alma a sus hijos durante toda su vida, trabajaba de camarero en el bar de Hilaria.
José, Caridad y sus seis hijos vivieron en la casa ocho años, hasta que se mudaron a la Barriada San José, donde nacieron Rocío y “Nico”, los últimos retoños de esta familia.
José Antonio Mayo Abargues