Foto: http://www.elmundo.es/
Frente a las olas se encrespan pequeños acantilados cuyas tierras frenan su deseo de volcarse al mar por las raíces de los pinos que las decoran.
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Treinta y dos kilómetros de playas vírgenes separan la última exhalación del río mayor de Andalucía de la localidad onubense de Matalascañas. Treinta y dos kilómetros que guardan los secretos de Doñana, el espacio natural más valioso de Andalucía y uno de los santuarios de vida salvaje más importantes de Europa. Orillas adentro, el parque nacional atesora zonas de marismas, sotobosques, dunas, esteros y florestas de gran valor ecológico. Su población más conocida es la aldea de El Rocío, que depende del municipio de Almonte, pero que cobra vida propia en torno a la basílica de la Blanca Paloma. En Matalascañas se halla el Museo del Mundo Marino, donde se reproducen en tamaño real los volúmenes de los distintos cetáceos que atraviesan el Estrecho de Gibraltar.
En el museo hay una ecosfera, una de las dos únicas que existen en Europa, un ingenio que reproduce un pequeño microcosmos, un acuario esférico y cerrado en el que la vida se reproduce como un ecosistema sin fin, un planeta viviente hecho a pequeña escala y diseñado en su día por ingenieros de la Nasa. Mazagón posee un bello parador de turismo desde donde los atardeceres se convierten en experiencias inenarrables. La playa que se asoma a la localidad costera posee arenas finas de color canela y frente a las olas se encrespan pequeños acantilados cuyas tierras frenan su deseo de volcarse al mar por las raíces de los pinos que las decoran.