ANÉCDOTAS DE MAZAGÓN
En Mazagón, para ser un pequeño pueblo de poco más de 4.000 habitantes, ocurren a diario demasiadas cosas, algunas de ellas, aunque carecen de importancia, son sin embargo, sucesos curiosos e inéditos que Mazagón Beach va a compartir con todos vosotros. Hoy abrimos una nueva sección titulada “Anécdotas de Mazagón”, en la que empezaremos contando un hecho gracioso presenciado por este observador.
Es evidente que después del invento del teléfono móvil, el mundo ya no es lo que era. Sabía de las virtudes de este maravilloso aparatito que ha revolucionado las telecomunicaciones y que nos ha hecho la vida más cómoda y fácil, pero nunca pensé que te podía sacar de una situación tan embarazosa como la que os voy a relatar.
Ocurrió hace muy poco tiempo, cuando ya estaba a punto de terminar la temporada estival, en un bar que suelo frecuentar, y a una de esas horas en las que entras con el bar vacío, te pones a charlar con un amigo, y cuando te quieres dar cuenta estás rodeado de gente por todos los lados. Empezamos con una conversación banal, ya sabes, las chorradas de siempre: el calor, los mosquitos, que asco que no hay aparcamiento por ningún lado, a ver si ya se va el verano de una puñetera vez, en fin, el caso era ir calentando motores, caña tras caña, hasta encontrar un tema de conversación interesante, que no tardó mucho en llegar: la economía, el paro, la inseguridad ciudadana, y la ineptitud del gobierno que tenemos, que se corresponde con la ineptitud de oposición que tenemos. Metidos ya en materia tocamos el tema de la política local, y pusimos a parir a Carmelo y a Volante, y como la boca se nos secaba de tantos “halagos” hacia estos ediles, pedimos otra caña, y otra, y otra más. Mi vejiga estaba ya a punto de reventar y pedí disculpas a mi amigo para acercarme al baño.
— ¡Leches, está ocupado!—, me dije con cierto cabreo.
Decidí volver con mi amigo, apoyé el culo en el taburete y reprimí a mi vejiga para continuar con desgana aquella conversación.
Habrían pasado como unos tres minutos, que para mí fueron como tres horas, y volví a los servicios con la esperanza de encontrarlos desocupados, pero cual fue mi sorpresa cuando al girar el pomo de la cerradura vi que estaba bloqueada. Llamé prudentemente una y otra vez, pero nada, nadie contestaba desde el otro lado. Algo estaba pasando allí adentro.
De regreso a la barra, veo que una mujer que procedía de la terraza, entra en el bar hablando por el teléfono móvil, y enviando a su interlocutor un mensaje muy resolutivo y tranquilizador. La mujer se dirige al dueño del establecimiento, al que vamos a llamar Pepe, para no desvelar su verdadera identidad, y le dice «Pepe, a mi hijo le ha dado un apretón y está en el baño, pero resulta que no hay papel higiénico»
El dueño pidió disculpas a la señora con una lógica e irrefrenable sonrisa en los labios, mientras se dirigía en busca del rollo de papel. Poco después el ruido del vaciado de la cisterna dio por concluido aquel incomodo episodio. No sabemos si la comunicación entre ambos fue a través de videoconferencia, que la verdad, hubiera sido muy elocuente. Cualquier día el teléfono móvil nos hará la cama y la comida y nos sacará el perro a pasear.
El dueño, mi amigo y yo terminamos muertos de risa, y como esto son cosas que no ocurren todos los días, dije:
— Esto lo escribo yo
— ¿No serás capaz? —me dijo Pepe
— ¡Hombre que soy capaz!
— Vale, pero por favor, no digas donde ha sido, que aquí no falta nunca el papel.
José Antonio Mayo Abargues