ANÉCDOTAS DE MAZAGÓN
Ocurrió hace ya algunos años y casi lo tenía olvidado en mi recuerdo, pero a veces las neuronas de la memoria te sorprenden con algunos hechos del pasado.
Un amigo, al que vamos a llamar Alonso para no desvelar su verdadera identidad, tuvo una época en la que estaba pasando algunos apuros económicos. Un amigo que tenemos en común, y que tiene un corazón que se sale de su ubicación, no consintió que pasara más tiempo por aquella situación precaria en la que se encontraba, y decidió echarle una mano, contratándolo en el negocio de hostelería que regenta en Mazagón.
Nuestro amigo Alonso nunca había trabajado en este gremio, y ni que decir tiene lo profano que era en esta materia. Alonso comenzó montando y recogiendo el mobiliario de la terraza, los vasos vacíos de la misma, y limpiando la calle y el bar, una vez concluida la jornada. Su afán de superación y su empeño por aprender este oficio, lo llevó a colaborar en la barra, donde con mucha parsimonia, pero también con mucho arte, tiraba alguna caña de cerveza. Cuando había bulla, la cocinera lo requería para aliviar la faena, y él se encargaba de recepcionar y dar salida a las comandas. Ante la proximidad del verano hizo sus pinitos como camarero, y cuando ya creyó estar preparado y tener la suficiente soltura con la bandeja, se puso cara al público, tarea nada fácil.
Una tarde llegó un matrimonio —clientes habituales del bar—, se sentaron en la terraza y pidieron la consumición. Alonso se quedó prendado por la deslumbrante belleza y anatomía de la mujer, y una vez servida la consumición, no pudo reprimir el impulso por la admiración de aquella mujer, y dirigiéndose al marido, pero mirando a su mujer fijamente a los ojos, le dijo: «Hay que ver lo bien que le sienta a su señora el verano». Como veis no fue un piropo grosero, ni tampoco hubo obscenidad en la mirada; creo que fue el piropo más discreto y elegante que he visto en mi vida, pero el señor se sintió molesto por ello y fue a dar las quejas al dueño. En fin…