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25 junio, 2012

LA FIEBRE DEL ORO EN MAZAGÓN.

He de confesar que soy un buscador. Siempre ando al acecho de algo, ya pueden ser imágenes, ideas o cualquier invento, y que cuando me han enseñado a buscar objetos, la cosa se me ha dado bien, gurumelos, espárragos, almejas, navajas, coquinas cuando se podía y con permiso del SEPRONA, por supuesto.
También confieso que me da envidia ver que alguien busca o espera algo, por ejemplo un pescador con su caña y yo sin hacer nada. Pues lo mismo me pasa con los dos hombres de la foto. El que no busca, poco encuentra.
A mí, verlos me da nostalgia, me recuerda a las fotos de los buscadores de oro paleando arena en el  río Klondike en Alaska, o los que llegaron con la fiebre del oro a California a mediados del siglo XIX, tamizando con su cedazo en las orillas del Sacramento, a la espera de hallar una pepita dorada que los retirase del durísimo trabajo, poder comprarse una granja y dejar pasar el tiempo.  
La diferencia fundamental entre los unos y los otros  es que los primeros buscaban lo que la naturaleza había engendrado a base de años, nuestros amigos buscan lo que los despistados perdemos, monedas, cadenas, anillos y otros pertrechos. Es como lo que antes comentaba de la caña, no sabes qué pescado te va a entrar, grande, chico o plano. Lo mejor es la sorpresa, es el premio.
Quiero recordar, que antes de que entrara la normativa de las anillas pegadas a las latas, los pobres cavaban con el escardillo, cuando tras el barrido magnético de su utensilio, los cascos habían emitido un pitido, siendo el noventa y nueve por ciento de los hallazgos una puñetera anilla.
He de puntualizar que  la detección de metales en las playas Españolas está permitida, con el correspondiente permiso y que en Andalucía existen hasta concursos federativos.
Les deseo a estos madrugadores buscadores, ya que solo lo hacen cuando hay pocas personas, a fin de no molestar, aficionados al que para mí es un buen deporte, o algún día lo será, que encuentren el segundo mejor de los tesoros. El primero ya lo tienen, la ilusión.
Federico Soubrier.