Me relata mi compañero y
amigo Toribio, asiduo visitante de esta página y bien conocido
en nuestra localidad por ser guardameta del Club Deportivo Mazagón y el más
veterano de los porteros que compiten en la provincia, que ayer se
encontraba en nuestra playa a las seis y media de la tarde, a la altura del
hotel El Remo, la marea estaba subiendo, casi alta, las olas rompían
estrepitosamente, haciendo caer a veces a los chiquillos sobre la arena de la orilla y, de pronto, de una cresta que rompió, salió disparado algo que fue a parar a la arena donde comenzó a dar tumbos, saltando más de medio metro de altura. Los sorprendidos bañistas se acercaron comprobando que la mar había escupido una gran anchova vivita y coleando de, al menos, un metro de largo y sobre cuatro kilos de peso. Recuerdo que en tiempos lejanos las había por doquier y en cualquier patera, después de una mañana, podías traer sesenta o cien. No sé si la contaminación y la sobreexplotación de nuestros litorales es lo que fue acabando con ellas, pero me gustaría que esta anécdota diera punto a pensar que están volviendo en abundancia. El suceso me hace esbozar una sonrisa al acordarme del título de la obra teatral de Oscar Wilde “La importancia de llamarse Ernesto”, ya que imagino que si en vez de anchova hubiese sido delfín,con toda seguridad los bañistas se hubiesen puesto a trabajar intensamente para devolverlo al mar, cuando en el caso de nuestra amiga el que fue más rápido se la llevó a la cazuela. Un abrazo a mi amigo Toribio.
Federico Soubrier