Mazagón
tiene más pinos, quizás diez mil o hasta un millón, pero para nosotros, y
siempre hablo en plural, ya que por suerte mi mujer me acompaña facilitándome
el compartir todo aquello, que si no lo compartes, es menos o termina siendo
nada, destacan cinco en el lugar, con perdón de todos los demás Pinus Pinea,
más conocidos como Pinos Piñoneros. Y no buscamos más porque los dedos de una
mano deben valer para contar las excelentes cosas, las excepcionales y nunca
pasarse, valga de ejemplo los buenos amigos.
Como
la antigüedad es un mérito a tener en cuenta, empezaré por el Pino Centenario. A pesar de la
indicación de la rotonda, necesitamos consultar a muchos, demasiados lugareños,
para dar con él. Señal de que aquí casi nadie sabe dónde está. Infunde respeto
el ver como sus ramilletes de hojas perennes y punzantes tocan el suelo y como
su tronco con aspecto de cansado quiere acostarse en la arena. Grande,
majestuoso y viejo, contará con más de trescientos años y habrá parido toneladas
de piñas, a la vez que visto de todo, dictaduras y repúblicas y lo que está por
venir. A todas luces tiene una pena, el no haber visto la mar jamás, con un
único consuelo, el sentirla con la brisa del foreño que le dio la orientación.
El
segundo sí deben conocerlo, es El Ramo,
o al menos eso aparenta, engalanado de manera muy vistosa, es de lo más
adecuado para una foto de boda o quizás de comunión. Si en tiempos y en Huelva,
aquel pino junto a la Ciudad Deportiva aparecía en todos los álbumes de recién
casados, este nuestro debería ser sitio o lugar de culto, vamos que
posiblemente si una chica casadera besase su corteza no tardaría demasiado en
acabar en el altar, para bien o para mal. El colaje de sus flores y su cruce de
colores embelesa y fascina y no habrá ramo de novia que esté a su altura en la
vida.
No
anda lejos el tercero, en el patio del colegio, Sentadero, para servir de banco o imaginario caballo a los críos y
crías en el recreo. Eso sí que es integrarse en la naturaleza, a la vera de su
huerto, hacer del colegio un campo y de ese sitio Academia, para envidia
de Platón, a quien indudablemente le
hubiera deleitado impartir aquí sus enseñanzas.
El
cuarto, Subliminal. Permanece ahí con
esa señal extraña, comprensible, aunque inexistente, con paciencia y
amenazante, aburrido de que no lo lean y esperando algo, creyendo que hace su
trabajo fielmente, como el eterno banco recién pintado del cuartel al que jamás
quitarán el cartel.
Y
por último, ¿qué puedo decir de este potencial asesino? Porculero; su misión consiste en que no te vea el coche que viene
y acabe con tu vida o te deje maltrecho. Lo hace bien y solo anda a la espera
de que coincidan dos cosas, que alguien intente cruzar y que venga un vehículo,
probablemente esté necesitado de alguna gota de sangre para convertirse en
algo, tal vez en responsable de seguridad vial ¿quién sabe?
Evidentemente,
tenemos muchos más pinos, pero no tiempo ni memoria para ponerles nombre,
aunque por supuesto, sí mucha suerte de poder disfrutarlos en cada paseo.
Federico
Soubrier.