Beatriz García
Me encantó el artículo de hoy,
los perros abandonados no son un tema de especial alegría pero uno no puede
evitar una sonrisa algunas veces cuando los ve. Son precisamente esos canes los
que desarrollan una especial picardía para caer en gracia, y poder sobrevivir,
aunque en ocasiones es todo lo contrario, un miedo infinito hacia el ser
humano, ese mismo que tanto daño le pudo hacer. Mi caso en particular no tiene
nada de especial pero me gustaría compartirlo con usted. No todos son unos
desalmados ni unos egoístas, hay quien aprecia una mirada fiel, un gesto de
entendimiento, un gruñido de satisfacción. Hace un año y tres meses iba por
Huelva y a la altura del bar Chaika había una pareja que se acababan de
encontrar unos cachorros abandonados en un contenedor de basura, en concreto un
mastín español y un braco alemán, de poco más de un mes de vida. De las cosas
curiosas de la vida, nuestra gata hacía poco que había muerto después de 20
años de compañía (siempre la tenemos presente), y mi padre andaba un poco de
aquella manera porque es un gran aficionado a la caza y no sabía qué hacer para
conseguir un perro que le gustara, por más que miró, buscó y preguntó o era muy
grande, o muy caro o muy yo que sé...en definitiva, pasaba por allí y cuando ví
aquellas dos bolas de pelo lo supe enseguida, la braca para mí, costara lo que
costara (que no costó nada claro, bendito regalo). No quiero alargar mucho la
historia pero lo cierto es que se la planté a mi padre unos días después en
toda la cara (mi hermana y yo viajamos 500 kms hasta un pueblo de Cáceres para
poder hacerlo) y le dije: ¿la quieres? no tengo ni idea de su pedigrí, ni de su
raza, aunque parece un braco, ni de nada. Me la he encontrado andando por
Huelva pero oye, que me ha gustado cómo me ha mirado el bicho al pasar. La
sonrisa de mi padre, el movimiento de rabo del perro y algo más hizo el resto.
La llamamos Livia, y resultó un cruce de braco alemán con podenco (no andaba yo
mal encaminada), una loca de atar, la alegría de la casa y una cazadora
espectacular que con seis meses levantó su primera liebre. Un regalo. Cuento
esto porque me gustaría que todos hiciéramos un hueco para esos pequeños
personajes que jalonan nuestras vidas y que desde siempre han formado parte de
ella. Porque de verdad que dan más de lo que reciben, yo cada día doy gracias a
ese día, esa hora y ese sitio porque el destino me puso por delante la que
ahora le arranca las carcajadas a mi padre, las riñas a mi madre (a todo bicho
hay que educarlo) y la ternura a todos. Éste es mi pequeño homenaje para
esos perros abandonados, como Livia.