En
estos tiempos en que para el personal es tan importante el nombrar al hombre o
mujer del año del Mundo, ¿Obama?, de Europa, ¿Merkel?, de España ¿¿??, o de
Mazagón, yo lo tengo claro.
Si
me dijesen qué persona representa nuestra localidad, ni qué pensarlo tendría.
Es más, lo vi y estoy seguro que era él, seguía igual, sin el más mínimo ápice
de cambio físico.
Me
reportaba autoridad cada noche, yo lo veía mayor a mis, digamos que desde los
catorce hasta, al menos, los cuarenta. Era el portero que te daba la entrada al
mundo de la ilusión, a la noche, a la imaginación.
Cada
noche esperabas la hora de que aquella magnífica película del cine Miramar te
llevase a otros mundos, y con todas aprendías; bueno sí, una vez pusieron los
rollos cambiados y aquello era un poco kafkiano, pero no importaba, que los
vaqueros, antes muertos, siguiesen montando a caballo; podías ver las Perseidas
o Lágrimas de San Lorenzo a mediados de agosto y, si no, el cielo con algún
satélite cruzándolo, imitando a una estrella en movimiento.
Como
equipamiento normal, unos bocadillos de tortilla, algún que otro cojín y, si
era, quiero recordar septiembre, doble sesión, hasta una manta, ya que te daban casi las dos, intentando ponerte bajo
el pino para evitar el relente, luchando con las hormigas del árbol que venían
a llevarse pipas.
No
olvido que él se mantenía en la entrada por si alguien necesitaba salir y cómo
no, en el suelo el búcaro de fresca agua a su lado, que las pipas o chucherías pedían para calmar la sed o cerveza del
kiosco.
Debí
pararlo cuando lo vi pero por no molestar lo dejé pasar, seguramente me arrepentiré
de por vida, por siempre, cuántos tiques cortados, entregándote una parte,
¿para qué? cuando veías asomados a tantos tras la tapia y no les decía nada.
Inolvidable
la proyección de la película Tiburón, la mejor de todos los tiempos, esos
barriles amarillos reflotando, y el charaaaan, charaaan, como música de fondo.
A la mañana siguiente no se bañó ni un valiente.
Este
señor guardaba las expectativas, las ilusiones y las intrigas, era más
importante que Harrison Ford, que Spielberg y que la mismísima Raquel Welch,
era la puerta, la entrada a la imaginación, a vivir increíbles historias, a
volver y dormir soñando con ellas. Era El
Jefe, era The Boss. Siempre
amable, ni una mala palabra, ni una fea expresión.
Que
lo busquen, que lo encuentren y que le pongan su estrella, su palmarés en el
suelo, como aquellas de Hollywood, en nuestra pequeña calle peatonal, como a
tantas y tantas otras de Los Ángeles de California, que tras sus puertas él nos
presentó.
Él,
sin duda alguna, es el hombre de Mazagón y si lo vuelvo a ver lo paro y le doy las gracias por todas y cada una de
sus magníficas sesiones.
Era
y sigue siendo alto, delgado, de pelo negro, voz desgarrada, pongo el cartel en
el árbol del Oeste “ Wanted vivo”, seguro que indagando un poco le pongo nombre
y apellidos.
De
todas aquellas noches de juvenil ilusión que grabaron nuestras vidas, mis gracias más efusivas al hombre de Mazagón.
Federico Soubrier.