ANÉCDOTAS DE MAZAGÓN
En esta sección de anécdotas de Mazagón siempre he contado lo que le ocurre a otras personas, pero nunca he contado mis propias anécdotas, que son muchas y muy variadas. Ahí va la primera que ocurrió el pasado verano en la playa del Parador, nuestro referente turístico.
Soy un asiduo visitante de esta maravillosa playa durante todo el año, pero cuando llega la temporada estival —de manera oficial—, y se instalan todos los servicios que hacen a esta playa merecedora de los galardones de la Bandera Azul y de la “Q” de Calidad, que año tras año va renovando, acudo con más frecuencia, y hago parada obligatoria para saludar a los amigos de la Agrupación de Protección Civil de Moguer que prestan un servicio de socorrismo altruista en esta playa, y en especial al coordinador del equipo, Mario García, con el que me une una vieja amistad.
Pues bien, estando una tarde charlando con Mario en la puerta del puesto, el socorrista de la torre comunica por el walki a los miembros del equipo un incidente que estaba ocurriendo en el agua:
—¡Tiburón en la boya amarilla, tiburón en la boya amarilla! «¡Pedazo de noticia!, y en primicia», pensé en ese momento.
Mario cogió los prismáticos y dirigió su mirada hacia la boya amarilla que delimita la zona de baño de la navegable, intentando localizar el tiburón. Todo parecía estar muy tranquilo en el agua, ya que no se veía a ningún bañista alarmado por este suceso. Unos segundos más tarde, Mario localizó algo a través de los prismáticos y se lo comunicó al socorrista de la torre:
—¡Ya lo veo! ¡Lo tengo localizado!
Yo no veía nada, pero desenfundé mi cámara de fotos y me quedé a la espera de que el escualo se dejara ver para tomar la instantánea.
—¡Que la zodiac esté preparada por si tenemos que intervenir! ¡No lo perdáis de vista! —dijo Mario.
Me extraño mucho que no advirtieran por megafonía a los bañistas del peligro que podían correr si se aproximaba más a la orilla, pero supuse que querían evitar la alarma para no crear el pánico.
—¡Viene hacia adentro! ¿Lo ves? —me dijo Mario, apuntando con el dedo hacia la boya amarilla.
De repente vi unas manos que subían y bajaban constantemente, y entonces pensé en lo peor: «Ya está, el tiburón ya se ha cobrado su primera víctima», y me quedé esperando a que apareciera ese enorme círculo de sangre que se ve en las películas después de que la víctima es devorada. Mario miró de reojo a mi mano derecha, donde tenía la cámara preparada para captar la imagen cuando la sangre subiera a flote, y acercándose un poco más a mí, me dijo al oído:
—En nuestro argot, tiburón es un nadador que sale de los doscientos metros de la zona de baño.
—Ya —dije yo, como si ya estuviera cansado de escucharlo.