Aunque desde que se
montaron me pareció una chapuza, ya que se suponía que eran un punto para
recogida de residuos con tinte ecológico, facilitando su clasificación con un cómodo
acceso a los diversos contenedores y diferenciados por colores según su
cometido, por no herir susceptibilidades,
he dejado pasar el tiempo, pero ahora, entendiendo que “a quien cuece y
amasa, de todo le pasa”, les agradecería que observasen la accesibilidad en las
fotografías; por supuesto para alcanzar los contenedores amarillos tendríamos
que hacer alpinismo. De igual manera se puede observar la clasificación según
contenidos, todo está mezclado. Ni qué decir tiene que el corralito se
encuentra en un estado deplorable plagado de mellas.
Si lo que se pretendía
era ocultar de alguna manera de cara a los turistas la acumulación de basuras,
se consiguió un lugar en el que había que saltar por los charcos de podredumbre
hasta poder levantar la tapa deseada, con lo cual para los usuarios había
empeorado el servicio.
No quisiera verme en el
lugar del operario que tenga que sacar cada noche los contenedores para que
sean engullidas sus entrañas por el camión de basura. Y en este sentido, es
evidente que esas maniobras serán las que están desvencijando la estructura
debido a que la construcción solo afianza un tornillo cada seis tablillas,
estando el resto de ellas simplemente encastradas por el sistema de
machihembrado, algo así como ponerle a una piscina en lo alto un suelo de
tarima flotante, al primer paso acabaríamos en el agua. El corral presenta
ahora peor imagen que cuando no estaba, suponiendo más inconvenientes que antes
para los vecinos, que a la postre deberíamos ser los más importantes de esta
historia.
Federico Soubrier García.