Esta es una de esas
noches en las que la población de Mazagón siente, palpa y nota en el ambiente
que es un pueblo realmente marinero, se destapan sus raíces, esas que a veces
se olvidan y no puede ocultar lo que es.
Con las gentes que he
hablado a lo largo de la tarde el tema era general, la mar está rugiendo. Llama
como lo hacía la selva a Buck en la genial novela de escritor estadounidense Jack London en “La llamada de la selva”. Si alguien no la ha
leído o lo que es peor, tiene un hijo que no haya hecho, desde luego le
recomendaría que lo hiciese o, al menos, intentase que lo hiciera su
descendiente; la cultura y el vivir aventuras imaginarias no puede por menos
que beneficiar a los lectores y afianzar personalidades en un sentido positivo.
Hubo un tiempo en que mi
biblia fue una tabla de mareas y me consta que son muchos y afortunadamente van
siendo muchas, las que concentran gran parte de su vida en la mar. Me ha
alegrado y no puedo más que felicitar al promotor o promotores de la visión en
tiempo real de la playa desde “las casas de Bonares”. Quien no ama la mar, no
entiende de coeficientes, ni de mareas, ni de direcciones o fuerzas del viento,
no sabe de mares de fondo, de resacas ni
del comportamiento de las gaviotas. Desde Galicia, “Gaviotas a tierra,
marineros a la mierda”, hasta Andalucía, “Gaviotas en los corrales, se avecinan
temporales”, la mar marca y, a veces, mata llevándose de tributo a sus gentes
como impuesto por los tesoros que nos regala constantemente, tanto espirituales,
como deportivos o para deleitarnos
gastronómicamente.
Como Buck, no hemos
tenido más remedio que bajar a la playa para oírla y sentirla en una especie de
ritual, encontrándonos con muchísimas más personas que han sentido la llamada e
incordiado a esos amantes de los discretos accesos a los que también felicito
por la elección y pido disculpas por algo que no hemos podido evitar, responder
a la llamada de la mar.
No puedo ocultar mi
envidia a quienes puedan pasear mañana por esta fabulosa playa observando los
efectos del temporal con sus más de treinta nudos del sureste y a los que ahora
navegan sintiendo que están vivos amparados a la luz de nuestro faro.
Federico Soubrier García