En estos tiempos en los
que sin darte cuenta siempre llevas en el bolsillo una cámara fotográfica,
claro está, la que incorpora tu móvil, a los que somos aficionados a guardar
momentos, instantáneas que nos llaman la atención, a menudo se nos acumulan
tantos que incluso pasan desapercibidos y quedan en el olvido.
Exactamente eso me
sucedió esta pasada primavera casi rozando el verano, en uno de tantos paseos de
ese periodo del deshabitado Mazagón en el que puedes ir disfrutando de la belleza
de unos jardines un tanto desmelenados y reventados en flor, como hijos de padres que han salido de
viaje, en plena fiesta de amigos. Al ver como estas personas jugaban a ese
tranquilo, lento y parsimonioso juego de la petanca, en el que normalmente, salvo honrosas excepciones participan hombres entrados
en una serena madurez, me llamó también la atención el árbol y recordé que mi amigo
y antiguo compañero del INTA, Juan José Gómez Domínguez, en cierta ocasión, no
hará menos de quince años, me comentó sobre uno similar que crece junto al Poblado
Forestal, que lo llamaban “Orón”, decidí inmortalizar la estampa y ahora ya
entrado el invierno, con permiso de los mayas, descubro que también se denomina
acebo o arce morisco.
No sé cuál de los cuatro
caballeros se alzaría con la victoria, quedando el más próximo al boliche, bola
pequeña de este juego, pero indudablemente el momento y la sombra de nuestro
dorado amigo, eran perfectos para plasmar otro perfecto instante del devenir de
Mazagón.
Federico Soubrier García