Tras estos días un tanto
movidos en nuestra población, con ciertos tintes de sensacionalismo mediático,
pero entendiendo que los propietarios se preocupen por la seguridad de los
negocios y cada cual de su vivienda, hemos decidido pasear y disfrutar del
cielo claro y el aire un tanto frío que nos depara el fin de semana.
No han sido necesarios
ni tan siquiera cinco minutos para encontrar un pequeño edén que por esas
extrañas asociaciones de ideas ha traído el Guernica a mi mente. Por supuesto
me refiero al cuadro de Picasso, no al árbol ni al bombardeo. Hará poco más de
dos años hicimos parada en Madrid y decidimos acercarnos al Museo Reina Sofía.
La verdad es que quedamos gratamente sorprendidos de la magnificencia del
Guernica y también de su seguridad. Si pisabas las líneas que estaban señaladas
en el suelo a modo de área de una portería de fútbol, saltaban las alarmas y
acudían guardias, lo cual ocurrió en varias ocasiones.
Nos llamó la atención
una persona, se encontraba observando la pintura, estaba embelesada, cuando llegamos y al irnos,
después de visitar todo el museo. Indudablemente viendo algo, mucho, bastante
más que el resto de los que por allí pasamos. Cada vez la entiendo más, me
sucede con Mazagón, no acabo de descubrir nuevas facetas, paisajes tan
diferentes de mar o monte, cada tono de luz a lo largo del día es capaz de
embellecerlos aún más si cabe. Un claro ejemplo es este edén de vegetación
exuberante, situado a escasos metros de la gasolinera. Es tal su belleza, que
casi no he querido andar entre el manto de tréboles, una alfombra verde en la
que apostaría los hay de cuatro hojas. Solo unas fotografías para que lo podáis
ver. Aunque seguramente sería maravilloso andar por allí descalzo, como si
mojases los pies en las olas, sería una pena pisotearlo, perdería todo su
encanto.
Hay cosas que
afortunadamente no se pueden llevar los amigos de lo ajeno pero lamentablemente,
a veces miramos y no las vemos.
Federico Soubrier García