Hace unos días mi amigo Ernesto nos comentó –Tengo una cosa
en la taberna (todo un museo) que os va
a gustar. Pasad por allí- Como siempre tenía razón. Cuando el Capitán Salitre
puso la bala de cañón en mis manos, la
imaginé en la cubierta del barco, apilada entre otras muchas formando una
pirámide, lista para hacer daño al enemigo. Aunque no es explosiva se cargaba
directamente al marinero o hacía saltar astillas que, incrustadas en su cuerpo, le producirían
mucho daño. El entretenimiento más común de los médicos de abordo allá por el
siglo dieciocho o diecinueve consistía en extraerle a la tripulación trozos de
madera o tratar el escorbuto. Toda una bendición comer hígado de rata, ricos,
al menos en vitamina C para evitar esta enfermedad que te dejaba sin dientes.
Supongo que cualquier entendido que haya visto la foto habrá
pensado que menuda barbaridad y no precisamente por el tamaño de esa bala que
pesa sobre un kilo y medio, sino porque jamás se debe poner nada metálico al
lado de un compás, dado que se produce una desviación magnética que incluso
puede cargarse la brújula, cuestión muy practicada por los que pretendían
amotinarse, para desennortar al capitán, pero solo ha sido un segundo y por cuestiones
de estética.
Como de costumbre ahora vienen las elucubraciones. La bala
fue extraída por la draga en la zona que reposa el pecio de “El Monarca” navío
de 74 cañones, que se hundió en la batalla de Trafalgar después de ser incendiado
por los ingleses para impedir su posterior uso. Se supone que está entre Cuesta
Maneli y Torre del Loro, aunque también pudiera pertenecer al navío “El Rayo”,
de 100 cañones que descansa a poca profundidad, a unos trescientos metros de la
orilla en la bajamar de la playa de Castilla, ubicada entre Cuesta Maneli y
Matalascañas. Sobre este tema José Antonio Mayo, responsable de esta página
tiene muchos más conocimientos y en numerosas ocasiones ha hecho referencia a
ambos e incluso visitado en zódiac el lugar donde fue descubierto el último por
el Dr. Claudio Lozano. Nosotros nos hemos limitado a sopesar en nuestras manos
un trozo de historia y un mucho de imaginación.
Federico
Soubrier García.