Siendo autóctonas de la
sierra y del andévalo, hace tiempo que noté cómo se acercaban poco a poco hacia
la playa, tímidas pero constantes, sobre todo en primavera, las veía avanzar
desde Refinería, embelleciendo las cunetas. Este año lo han conseguido, las
jaras han llegado a pocos metros del litoral, adornan nuestra rotonda de
entrada y se las puede ver muy cercanas a los búnkers. No sé cuánto tiempo
habrán tardado en su largo peregrinar pero lo cierto es que lo han conseguido y
dan una pequeña miscelánea serrana.
Tal vez vienen de
visita, a saludar a esa vagoneta minera, sí esa que tanto nos intrigaba.
Preguntamos a diestro y siniestro, pero nadie sabía nada. Al fin, y como casi
siempre, José Manuel Gómez nos dio el norte. Un trabajador de las minas de
nuestra sierra hará unos dieciséis años se instaló en la calle Arenas Gordas,
comenzó a construir un parque en lo que pudiese ser uno de los miradores más
emblemáticos de nuestra provincia y situó allí la carretilla minera, mirando al
mar, uniéndonos con la sierra en un extraño pero curioso hermanamiento.
Saliendo de las entrañas
de la tierra no se puede desear algo mejor que descansar ahí, siempre
contemplando la naturaleza, los pinos, la mar y los barcos, esos que en su
trasiego salen y entran dejando blancas estelas.
Desde luego cualquiera
que haya viajado habrá visto la señal de la cámara fotográfica del siglo XIX
que indica un mirador, un lugar excepcional para que los turistas no pasen de
largo sin contemplar lo mejor del entorno, promocionando lo bueno, lo hermoso y
sorprendente. Sería el lugar perfecto.
Federico Soubrier García