Tal vez hoy sea un día
robado y seguramente lo sea con premeditación. Ayer nos tocó a la vuelta del
trabajo hacer de coche escoba a la Hermandad de Emigrantes y desviarnos para
volver a casa por Palos. Decidí pedirme el día y disfrutar de Mazagón, uno
entre semana, de los que raramente disfruto al año. En esta ocasión se los robo
a las vacaciones gracias a Rajoy y su panda, pero prometo no entrar en eso. No
sé si será por ser escritor, y por tanto bastante observador, pero la mañana me
ha servido para mucho y he podido ver de lejos el devenir de la gente en el día a día de Mazagón.
Quedándome con la parte
más interesante y menos nociva, Rafael me ha regalado un dólar americano que ha
traído de su viaje a ecuador. Reluciente de tal manera que le he tenido que
pedir consejo para los pomos de mis puertas. Traía un saco cargado de regalos y,
al parecer, mi mano tonta sacó el más original y bonito, un pájaro bobo de
patas azules que ya ha tomado posición en la repisa de la chimenea.
He intentado ver a Pepe
Prieto, pero demasiado pronto y lo he dejado abriendo su taberna con el
compromiso de volver. Tengo que decir que me pasó un manuscrito, por supuesto
escrito en ordenador, pero que me pareció escrito a tinta y con pluma de ave. Cuánto sentimiento, cuánta
historia y cuantísima necesidad siento de que la gente conozca el pasado. Desde
luego para su familia, para la que se escribió, curiosidad y orgullo, pero me
quito el sombrero y pido más distribución. Me han prometido que distribuiremos
ejemplares gratuitos, unos que escribí sobre el Poblado Forestal de Mazagón,
unas crónicas que nos fascinaron y José Manuel Gómez Domínguez nos contó, y
pienso lo mismo, que necesitan difusión.
Cambio de tercio y paso
a una conversación de desayuno, yo de colacao y mi mujer de café, de esas en la
que pregunto por interés al oír hablar del puerto: “¿eres marinero? No ha sido
con caña”. Y me entero que los bancos de caballas están entrando en la dársena
del puerto, que se las ve saltar, que los que llevaban el engaño de rosario
para curricán las cogían de tres en tres en un solo lance y los que las usaron como cebo vivo para pescar a fondo, capturaron
robalos de hasta cuatro kilos. Que las doradas están picando a la galera y que
los peces sapos que están en celo, tal y como los recuerdo y los oigo de cuando
practicaba pesca submarina, siguen
croando después de meterlos en los frigoríficos.
Y pienso en los
espabilados de los rosarios y en las cajas de pesca y en que no hay que ser Sigmund
Freud para adivinar viendo una caja de pesca cómo es el pescador. Que puedes
saber perfectamente si es ordenado, si es previsor, si es abierto a varias
opciones, si es manitas, incluso si es fiel, si es un desastre, si es optimista
(según el tamaño de los anzuelos), si es limpio, si guarrillo (quedan restos de
cebos de otras ocasiones), o si es legal por el carnet, o quizás un desastre,
como la esposa que descubrió el engaño, guardando el pijama en la caja de
accesorios del que iba el fin de semana de pesca y el muy torpe le comentó a la vuelta que
donde estaba, que no había visto en la maleta.
En fin, que ha sido un
día completo y que envidio a los prejubilados de Mazagón.
Federico Soubrier