Páginas

03 mayo, 2013

¿QUIÉN DIJO MIEDO?

Publicado en el Periódico de Huelva el viernes 3 de mayo de 2013
Mientras disfrutaba de un paseo por la playa de Mazagón, admirando la inmensa quietud de la mar, algo hizo que recordase lo mal que lo pasé en una de esas locuras de la vida, al navegar en solitario hasta Ceuta en un velero de cinco metros “El Truhan”. Aún siento la sensación de sequedad en la garganta cuando al regresar me encontré en medio del Estrecho con olas casi de la altura del barco y todavía oigo la emisora de Tarifa “lost small sailboat”, intentando localizarme. Las aletas negras que emergían alrededor daban más consistencia a mi miedo que los 300 metros de profundidad de aquellas aguas.
Algo muy parecido experimenté cuando me tiraron al suelo a la entrada de la plaza de toros de Villacarrillo. Veo claramente las astas de cuatro toros, iluminadas por la luz exterior y oigo gritar a otros tendidos a mi vera. Mi pantalón quedó ese día atravesado por dos agujeros, uno de entrada y otro de salida, increíblemente el cuerno solo me produjo una pequeña quemadura que guardo como heridilla de guerra.
La misma sensación se repitió en Almuñécar cuando tras enfundarme el traje de buceo y dirigirme a la playa, los pescadores de caña me señalaron hacia el agua en el punto donde la aleta de un tiburón cortaba las olas como un cuchillo. Las sardinas saltaban delante de su morro. Giró al llegar a una red de cerco que pendía de un barco, perdiéndose después, tras recorrer la escollera del puerto. Debí dar la vuelta e irme pero un extraño código de honor, ese que no permitía a un militar que le realizasen una exploración prostática, hizo que bucease y pasara la mañana angustiado mirando cómo el gran azul se perdía de vista treinta metros más abajo.
 Cuando alguien dice que no tiene miedo, que es un valiente, no me queda más remedio que pensar que está loco o es un inconsciente. La única demostración de valor es la superación del miedo. Tan simple como aprender a conducir o esperar cola en el dentista sin “salir por patas”. Volví a mirar la mar de Mazagón, su pasmosa calma, y sonreí, pensando que todos tenemos un valiente en el interior, pero en los cobardes nunca despertará.
Federico Soubrier García