Esta mañana se
presentaba espléndida para ir de pesca y como en la playa está prohibido desde
las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, la mejor opción era el
muelle del Vigía.
Allí hemos
conocido a Antonio Márquez, un sanjuanero afincado en Mazagón desde hace más de
veinte años. Nos ha sorprendido ver cómo compagina su jornada de pesca con la
atención a las palomas. Estas planean entre los punteros de las cañas y
aterrizan a su lado. Las conoce a todas, pero una portuguesa es su predilecta.
La encontró con las patas liadas en uno de los muchos sedales que quedan por el
muelle y la liberó; está anillada y, de momento, ha decidido quedarse por estos
lares. Puntualmente acuden a las diez para compartir bocadillo con él,
dejándolo que las coja sin ningún temor. Algún osado le ha pedido una para
meterla en la cazuela, ya que no había pescado nada y se ha llevado un rotundo
“ni hablar” por respuesta.
Los pescadores suelen estar solos, concentrados en ese ritual maravilloso de
naturaleza, mar y técnica, pero nuestro amigo lo hace acompañado, dándole un
toque especial y curioso a la plataforma del Vigía donde hoy, por cierto, había
más plumas que escamas.
Federico Soubrier García