No solo
ha llegado la temporada de turistas a Mazagón, también han hecho su presencia las
gatas preñadas que están pariendo nuevas camadas de gatillos por doquier. Sin
duda podrán ser criticables, pero a la postre ocupan un espacio ecológico, sí,
el de los pocos depredadores que quedan y mantienen en jaque a ratones y ratas
y que los perros bodegueros, que a pesar de ser bastante especialistas en la
materia y gustarme la estampa que tienen, no pueden cubrir por no ser ni libres
ni salvajes.
De
momento, le doy la bienvenida a estos novísimos vigilantes del faro y no me
importa tener que estar un poco más pendiente de Frenchi y Pedrito Limón, nuestro canario de siempre y
el otro, adoptado por el trauma que le causaba vivir con el gato de mi sobrina
en un piso, siempre que la alacena ande limpia de los roedores que en los tiempos
de María Castaña, no demasiado lejanos
por cierto, tenían en jaque los víveres de nuestras madres, esquivando todo
tipo de trampas con una habilidad fascinante.
Espero
que los ojillos del negro se curen pronto y que nos traiga buen fario. De hecho,
acabo de encontrar un reluciente billete de las antiguas mil pesetas en una de
las caracolas que le llevaba al Capitán Salitre para adornar aun más su
taberna, si cabe.
Federico Soubrier