ANÉCDOTAS DE MAZAGÓN
Le ocurrió
hace algo más de 30 años al protagonista de esta historia, al que vamos a
llamar López para no desvelar su verdadera identidad, un vecino de Mazagón que
lleva mucho tiempo entre nosotros. López fue víctima de lo que ahora está tan
de moda en el mundo laboral, pero que los empresarios vienen practicando desde
hace muchísimos años para reestructurar sus plantillas o quitarse de encima a
alguien que estorbe o no guste, eso que llamamos elegantemente movilidad funcional.
López tenía
tres opciones para elegir, en ciudades muy distanciadas una de otra, y entre
ellas se encontraba Huelva. El clima, el mar, y algunas otras cosas más, fueron el atractivo para que
se decidiera por esta ciudad. Pero antes necesitaba ver el lugar de trabajo, la
ciudad, los colegios y una vivienda donde instalarse. El tiempo apremiaba y
había que actuar rápido.
Una mañana de
un caluroso julio, López arrancó el coche y se dispuso a recorrer con su mujer
los más de seiscientos kilómetros que separan Madrid de Huelva. A su llegada a la ciudad se le cayeron los
palos del sombrajo, es decir, que sintió una tremenda sensación de angustia,
muy propia del que viene de la capital de España a una ciudad deprimida y con
infinidad de carencias, como era la Huelva de los años 80.
Se instaló en
un céntrico hotel, y al día siguiente salió a inspeccionar minuciosamente la
ciudad. Todo era muevo y extraño para él; Huelva era una ciudad con una
identidad cultural totalmente diferente a la de Madrid, pero había que adaptarse
e integrarse rápidamente. Y nada mejor para adaptarse que comenzar conociendo
los encantos culinarios de esta tierra. Para ello, no se conformó con visitar
la capital, donde probó las habas con choco, la raya en pimentón y los tollos
con tomate; también recorrió todos los
pueblos de la costa de Huelva, incluyendo a Mazagón en una de sus visitas.
Bueno, pues
nuestro amigo López, que había estado el día anterior disfrutando de las
Fiestas Colombinas, quiso conocer también la Feria de Mazagón en una noche
que hacía un calor de justicia, y que invitaba a sentarte en una terraza, pedir
unas cervezas y olvidarte incluso del traslado. Entró en un restaurante, y como
en todos los sitios anteriores preguntó por lo típico del lugar. El dueño le
recomendó los pescados de la costa: corvina, robalo, choco, y las riquísimas
acedías de trasmallo. «También le puedo poner unas coquinas», añadió el dueño a
su oferta., explicándole después las características de este molusco que era
desconocido para él. López pidió entre otras cosas una ración de coquinas, y
simplemente con el olor que desprendía la cazuela se quedó maravillado.
Quedó tan
encantado de su estancia en Huelva, que una semana después ya estaba haciendo
la mudanza a una vivienda de la capital, donde paso algunos años en estado
transitorio —como si del Purgatorio se tratara—, antes de venir a Mazagón,
porque aquí hay que venir limpio de pecado, por eso somos como somos.
Instalado ya
en su nueva vivienda y más relajado ya de todo ese ajetreo, decidió volver a
Mazagón para asomarse nuevamente al mar y disfrutar de sus maravillosas playas.
Al terminar la jornada playera, López volvió con su mujer al mismo restaurante donde
había estado una semana antes, para ejercitar tres de sus cinco sentidos. La
verdad es que adaptarse a una nueva cultura no es cosa fácil, y López no era
ajeno a todos esos cambios, empezando por los nombres que a una misma cosa se
le da en diferentes lugares de nuestra geografía, como por ejemplo, la lubina,
que aquí llamamos robalo, la pescadilla, para nosotros pescada, y pijota si es
más pequeña; en fin, que tenía un pequeño jaleillo montado en su cabeza. Se
sentó en la terraza del restaurante y para no parecer extraño en esta tierra
—como si fuera de Huelva de toda la vida—, al ver acercarse al dueño, le dijo
desde lejos: «¡Por favor, dos cañas y una de colombinas!» El dueño entendió
perfectamente lo que López le estaba pidiendo, y con un gran sentido del humor
y esa gracia andaluza que tanto le llamaba la atención, dijo: «Mire usted, las
Colombinas se acabaron la semana pasada, pero no se preocupe que le voy a poner
unas coquinas para que vaya abriendo boca».