A menudo nos acercamos a la rampa
del puerto deportivo para contemplar el atardecer, lo que nos produce
normalmente una buena sensación. Pero hoy, después de ver la habitual familia
de gatos que por allí pululan, hemos comprobado que una gaviota se movía por la
orilla, lo cual no es habitual a esas horas, casi todas se van a dormir camino
de la Isla Bacuta
un rato antes de ponerse el sol. Tenía un ala rota. Al intentar cogerla se
metía en el agua y nadaba, al retirarnos volvía a salir. En fin, se ha quedado
allí viendo entrar la noche, quizás contemplando la belleza de la puesta de
sol. Seguramente se defienda como un gallo de los gatos y tal vez vuelva a
volar, pero este ocaso ha resultado un tanto triste. Tal vez sea esa sensación
de libertad que nos inculcó Richard Bach con su Juan Salvador
Gaviota y que este ejemplar la ha perdido quién sabe cómo.
Federico Soubrier García