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09 noviembre, 2013

UNO MÁS A LA MESA

Cuando era un chaval veía evolucionar en el aire las bandadas de gorriones sobre los amplios trigales en las afueras de Madrid. Con la llegada de la primavera, cientos de crías revoloteaban en cortos vuelos y casi todos los niños capturábamos una para tenerla de mascota en casa. Algún mayor, le cortaba un poco las puntas de las plumas de las alas y no podían volar hasta la siguiente muda, que se producía al año, justo cuando nacían las siguientes puestas. Entonces, el gorrión adulto, si quería, se iba volando, aunque en muchas ocasiones se quedaba, saliendo y entrando por la ventana a su antojo.
Hoy han vuelto a mi memoria aquellos tiempos, comprobando como los gorriones de Mazagón, que han perdido la vergüenza, vienen a compartir el desayuno al bar de mi amigo Manolo. Aunque se nota que tienen preferencia por las tostadas, ya que han sido más osados en la mesa de una clienta de al lado, tampoco le han hecho feos a los churros, devorándolos hasta saciarse. Antes, esperaban pacientemente en el suelo a que cayese o se les lanzase algo de comida pero ahora casi se atreven a untarse la mantequilla en la rebanada de tu plato.
Recuerdo que en tiempos se les acosó con las trampas, aquellos cepos de alambre con los que todos nos hemos pillado las manos más de una vez, y cómo no, las escopetillas de aire comprimido. Todo aquello tenía mucho que ver con el conocido refrán “todos los pájaros comen trigo y la culpa al gorrión”. Afortunadamente aquellos tiempos pasaron, se sancionó su matanza con mil de las antiguas pesetas por pieza y hoy podemos compartir un rato ocioso con ellos. No creo que esta dieta sea la más adecuada para ellos, pero bueno, dos días a la semana tampoco es demasiado, el resto al igual que nosotros, al menos el desayuno, se lo tienen que currar.
Curiosamente las hembras son menos recelosas y la de la foto, además de glotona, todo un encanto de gorrión.
Federico Soubrier García.