Pocas veces, al menos en mi vida,
una chaqueta se gana el salir a la calle. Pero cuando el evento consiste
en acompañar a Ernesto en su reconocimiento como insigne marino transoceánico y
persona destacada de su pueblo, Palos de la Frontera, cualquier gala es poca,
sin entrar en detalle de ropa interior ni calcetín, norma exenta de obligado
cumplimiento en la marinería por cuestiones de pura operatividad, a
la que evidentemente me sumé por mera solidaridad.
Este avezado marino y hombre de
mundo, me contaba ayer anécdotas mientras paseábamos bajo una espléndida luna
llena por las calles de Palos, acunando orgulloso en sus brazos la estatuilla
de Vicente Yáñez Pinzón, recién recogida en el acto "Una vez participé en
una regata en Marruecos, quedamos los cuartos entre setenta barcos y nos
acercamos a Rabat para celebrarlo. Me compré por la mañana un tambor de
cerámica y anduve todo el día con él a cuestas, menudo calor. Hasta la noche no
nos recogía el autobús. Casi lo tiro" me dijo mirando con cariño la cara
de Pinzón al recordar aquel bongó árabe.
Me alegra y mucho que se
reconozca la valía de quien ha llevado allende los mares el nombre de un pueblo
y de una nación, siendo una verdadera satisfacción tenerlo por amigo y vecino
en Mazagón. Su humildad le enaltece y su curriculum, que le ha llevado a ser
respetado por las más altas esferas del mundo de los navegantes, lo tiene
estibado en su interior, como aquella preciada condecoración que perdió,
pretendiendo pasar por un vecino más, pero no lo es, en el día a día de nuestra
población.
Poco podía imaginar cuando lo
conocí a los doce años, bueno más bien supe del estruendo de su moto y del
de su batería de percusión, instalada a escasos metros de mi casa en la calle
La Española, que acabaríamos unos cuarenta años después, reencontrándonos, forjando
una gran amistad, compartiendo nuestra pasión por la mar y siendo vecinos en
Mazagón.
Menudo tándem, el "Capitán
Salitre y Vicente Yáñez".
Enhorabuena Ernesto.
Federico Soubrier García.