En la bajamar de esta mañana,
momento ideal para el paseo, la ancha franja de costa se encontraba minada de
almejas, como si algún sembrador hubiese estado esparciendo trigo durante horas.
Por doquier aparecían los dibujos que cada una, a su libre albedrío, perfilaba
en su lento devenir.
Sería mucho decir que la mar
intenta hablarnos, comunicarnos algo de nuestro interés, pero la multitud de
símbolos descritos por estos moluscos, algunos de ellos similares a los ortográficos,
deja volar la imaginación permitiendo que veamos un nueve, un signo de
interrogación, una jota y después lo que quiera el océano. Incluso algún
pequeño caracol se ha atrevido a dibujar un árbol digno de Picasso.
Los mensajes de un verano
cercano también empiezan a llegar a modo de este “tambor”, pez ballesta, voraz
depredador que aparece con el calor de las aguas. Curiosamente, su carácter
gregario hace que los pescadores dejen la primera pieza sumergida en el agua para
atraer a sus congéneres con el ronco sonido que emite, asegurándose con este
método buenas capturas.
El inevitable instinto
recolector que todos llevamos en nuestro interior hace que los miembros de la
benemérita patrullen por la playa, de hecho nos hemos cruzado con dos de sus
vehículos, permitiendo así que estos codiciados mariscos terminen sus curiosos
garabatos.
Otra jornada inolvidable en
este paradisíaco lugar, del que no me explico, pero sí me alegro, que seamos
pocos los que pululamos por su bellísima playa.
Federico Soubrier