Lo llamo príncipe y creo que es
el más altanero de todos los gatos de nuestro alrededor. Maestro del acecho,
cazador impenitente, profundos ojos azules y limpieza permanente.
Cada día a la misma hora se
presenta en su oteadero y echa un vistazo al devenir de la Avenida
Santa Clara, controlando todo, incluso si hay perros; más tarde, continúa con
sus andanzas, siendo el azote tanto de los gorriones como de los ratones
del lugar que jamás tienen la fiesta en paz .
Poco me importa si es macho o
hembra, ya que siempre "príncipe" será, o tal vez llegue algún día
incluso a reinar, pero pocos serían capaces de levantar sus patas traseras para
observar sus intimidades sin llevarse unos arañazos como respuesta al
impertinente atrevimiento, además antes habría que cogerlo, lo cual sería
inasequible.
Menos aun me preocupa quiénes sean
sus dueños, ya que los felinos no son de nadie, son independientes y eso es lo
que me fascina de ellos. Si te necesitan te utilizan para atusarse y pedirte
que los acaricies, si no, pasan de ti; si los molestas te atacan, no rinden
cuentas a amos ni pelotean con sus colas; no saben de correas ni de bozales,
viven la vida a veces acompañados y cuando quieren a solas.
Hace tiempo supe de un pescadero,
en un pueblo del norte peninsular, que venía a hacer sus ventas exclusivamente
los jueves por la mañana, sobre las nueve, y en aquel momento aparecían
montones de gatos en la plaza para intentar comerse los restos de la limpieza
de algunas piezas. Lo curioso es que hasta el siguiente jueves no se veía
felino por lado alguno.
Además de volverse pardos por la
noche, tener siete vidas y caer siempre de pie deben tener una agenda y un
reloj en algún lugar de su bien amueblado cerebro.
Este príncipe de angora me tiene
siempre pendiente cuando se acerca su hora.
Federico Soubrier