Este bombín ha hecho especial nuestro paseo por la playa. Inmediatamente he recordado a Charles Chaplin y no sé por qué también a Winston Churchill, con su indefectible puro, quizás por ser ambos asiduos de semejante tocado. He intentado localizar en la arena aquellas típicas huellas de Charlot, buscando sus pies exageradamente abiertos y, curiosamente siempre a su izquierda, posibles pinchazos en la arena de su bastón o tal vez las cenizas de un genuino habano. Pero sería una osadía decir que alguno de estos genios o más bien sus espíritus pasean por nuestra playa, que tenemos en Mazagón alguno de sus fantasmas errantes, lo mismo esto se convertiría en otro Palmar de Troya y dejaríamos de vivir tan apaciblemente.
Este hallazgo me ha hecho
recordar a uno que hace tiempo encontramos en otra bajamar. Un barreño con
frutas esparcidas a su alrededor, dibujando un bodegón semejante a aquellos en
los que desde hace tiempos inmemoriales los pintores intentaban plasmar a la
perfección la imagen de una realidad vegetal, denominada "naturaleza
muerta"; sus manjares se encontraban en tal estado que daban ganas de
"hincarles" el diente por su naturaleza "bien viva", lo que
dio lugar a que la imaginación volase y formase parte de mis borradores,
incluso siguiendo la información de la flamante etiqueta de uno de esos mangos
me llevó hasta Axarquía, una zona de Málaga, donde ya perdí la pista de
cuál sería su posible historia.
La única visión real en este
siempre agradable itinerario de arenas y olas ha sido la del kayak de
Pedro, hábilmente pertrechado para una jornada de pesca, que ha apagado mi
imaginación y despertado una sana envidia en mi alma de pescador.
Tras esta grata caminata, como
siempre irrepetible, he acabado pensando "que no se entere la gente de lo
que tenemos en Mazagón" y por eso he decidido no contárselo a nadie.
Pienso que es lo mejor.
Federico Soubrier