Nos sorprendió
encontrar este envejecido artilugio rústico decorando las inmediaciones del
Hotel Mazagonia. Me recordaba algo que había visto alguna vez, pero la imagen
se encontraba perdida en mi memoria. Era evidente que estaba diseñado para ser
arrastrado por alguna bestia pero mi curiosidad pudo conmigo. Me puse en
contacto a través de la red con los responsables del hotel y les pregunté qué
función había tenido exactamente.
Rápidamente
recibí un agradable —Hola, es un trillo,
y como su nombre indica se usaba para trillar el grano. Éste es muy especial
porque el hombre podía ir sentado, la verdad que yo solo me acuerdo de cuando
nos montaban a nosotros cuando éramos pequeños y nos montábamos 4 o 5. Saludos.
Esto me trajo
recuerdos de hace cincuenta años, reviviendo anécdotas olvidadas. Por entonces,
me llevaron un verano a un cortijo de Mogón, en la sierra de Jaén, cerca de
Villacarrillo. Pasé unos días y solo me vienen a la memoria tres sucesos de
aquel tiempo en el que tendría unos seis años. Una tarde dando vueltas y
vueltas en un apero parecido a éste, tirado por un mulo, en la que salimos
todos los críos con bastantes picores e irritaciones producidas seguramente por
el polvillo de la paja que se levantaba en el constante trasiego y los
movimientos que hacían los campesinos con las horcas de madera sobre los haces
de siega; en el segundo íbamos todos en
un burro, yo el último casi en la cola, apareció una buena culebra en medio del
camino, el asno levantó las patas delanteras y caímos todos al suelo, ahora yo
el primero y el resto encima golpeándome uno tras otro y, por último, un señor
de por allí, conocido de mi padre, me llevó a pescar posiblemente al río
Aguascebas, nos sentamos en una piedra y pronto capturamos varios ejemplares de
trucha. De pronto, aparecieron dos Guardias Civiles de entre las jaras. Aquella
persona me dijo que no hablase ni una palabra. Le pidieron la documentación y,
para mi sorpresa, se hizo pasar por algo así como el tonto del pueblo,
prácticamente no se le entendía casi nada de lo que decía, realizaba gestos
rarísimos y babeaba (como la niña del exorcista pero algo más ligth) hasta que
un Guardia le hizo un gesto a su compañero y aburridos se fueron por donde
habían llegado. Aquel guasón se libró de una multa, no llegó ni a enseñar el
carnet. Mi padre y él se rieron bastante aquella noche pero yo todavía debo de
tener la cara de asombro que se me quedó en aquel momento, en el que no
entendía nada de lo que estaba sucediendo.
Me alegra
haber encontrado este artilugio y le estoy agradecido a quien me informó desde
el Hotel Mazagonia, ya que me ha
permitido trillar los recuerdos perdidos de un pasado ya lejano.
Federico Soubrier García