26 junio, 2014

TRILLANDO EN MI MEMORIA


Nos sorprendió encontrar este envejecido artilugio rústico decorando las inmediaciones del Hotel Mazagonia. Me recordaba algo que había visto alguna vez, pero la imagen se encontraba perdida en mi memoria. Era evidente que estaba diseñado para ser arrastrado por alguna bestia pero mi curiosidad pudo conmigo. Me puse en contacto a través de la red con los responsables del hotel y les pregunté qué función había tenido exactamente.

Rápidamente recibí un agradable —Hola, es un trillo, y como su nombre indica se usaba para trillar el grano. Éste es muy especial porque el hombre podía ir sentado, la verdad que yo solo me acuerdo de cuando nos montaban a nosotros cuando éramos pequeños y nos montábamos 4 o 5. Saludos.

Esto me trajo recuerdos de hace cincuenta años, reviviendo anécdotas olvidadas. Por entonces, me llevaron un verano a un cortijo de Mogón, en la sierra de Jaén, cerca de Villacarrillo. Pasé unos días y solo me vienen a la memoria tres sucesos de aquel tiempo en el que tendría unos seis años. Una tarde dando vueltas y vueltas en un apero parecido a éste, tirado por un mulo, en la que salimos todos los críos con bastantes picores e irritaciones producidas seguramente por el polvillo de la paja que se levantaba en el constante trasiego y los movimientos que hacían los campesinos con las horcas de madera sobre los haces de siega; en el segundo  íbamos todos en un burro, yo el último casi en la cola, apareció una buena culebra en medio del camino, el asno levantó las patas delanteras y caímos todos al suelo, ahora yo el primero y el resto encima golpeándome uno tras otro y, por último, un señor de por allí, conocido de mi padre, me llevó a pescar posiblemente al río Aguascebas, nos sentamos en una piedra y pronto capturamos varios ejemplares de trucha. De pronto, aparecieron dos Guardias Civiles de entre las jaras. Aquella persona me dijo que no hablase ni una palabra. Le pidieron la documentación y, para mi sorpresa, se hizo pasar por algo así como el tonto del pueblo, prácticamente no se le entendía casi nada de lo que decía, realizaba gestos rarísimos y babeaba (como la niña del exorcista pero algo más ligth) hasta que un Guardia le hizo un gesto a su compañero y aburridos se fueron por donde habían llegado. Aquel guasón se libró de una multa, no llegó ni a enseñar el carnet. Mi padre y él se rieron bastante aquella noche pero yo todavía debo de tener la cara de asombro que se me quedó en aquel momento, en el que no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

Me alegra haber encontrado este artilugio y le estoy agradecido a quien me informó desde el Hotel Mazagonia,  ya que me ha permitido trillar los recuerdos perdidos de un pasado ya lejano.
Federico Soubrier García