FRENCHI
Hacía solo unos meses que se habían mudado de vivienda. La terraza de la Avenida de Santa Clara era muy soleada y desde allí se podía ver casi a diario entre uno y tres mercantes fondeados a la espera de los Prácticos, también el faro del espigón al frente y por la noche luces de focos de los pescadores que acudían religiosamente a probar suerte.
Hacía solo unos meses que se habían mudado de vivienda. La terraza de la Avenida de Santa Clara era muy soleada y desde allí se podía ver casi a diario entre uno y tres mercantes fondeados a la espera de los Prácticos, también el faro del espigón al frente y por la noche luces de focos de los pescadores que acudían religiosamente a probar suerte.
—Vamos Frenchi, al campo —dijo su dueño mientras levantaba la blanca
jaula, la sacaba y colocaba entre las más variopintas plantas y flores.
—Mira qué pedazo de día hace —Le
susurró mientras lo movía para que le diese un poco el sol.
Al rato, el agradecido Frenchi
extendió sus alas calentándose así con más rapidez. De repente, una sombra se
cruzó en su mirada y vio como un pajarillo se posaba a un palmo de la jaula.
—Eh, tú ¿qué haces metido ahí? —preguntó el extraño visitante.
—Yo vivo aquí, ¿Por qué?
— ¿Qué eres?, yo soy un gorrión.
—Y yo un canario ¿De dónde
vienes?
—Vuelo de aquí para allá, estoy buscando algo de comer, hoy las
terrazas estaban limpias y tengo el estómago vacío, ¿podrías darme un poco?
—¿Eres macho o hembra? —insistió mientras le dejaba caer con el pico
algunos granos de alpiste.
—Tú eres tonta o tonto, ¿no ves la barba negra que tengo y mis plumas
mucho más marrones que las de las hembras?
—Perdona, no lo sabía, yo también soy macho, me llamo Frenchi, a las
hembras no las quieren en las jaulas porque no cantan. Ellos se vuelven locos al
oírme trinar, consigo que se alegren, incluso silban conmigo.
—¿No echas de menos volar por espacios abiertos, ver las casas y los
ríos desde el cielo? Te gustaría ver desde el aire el Faro de Mazagón, el Club
Náutico, la playa, los acantilados y los pinares. Estoy Seguro. Yo me voy al
mirador de la vagoneta minera y cuando veo a lo lejos venir un mercante vuelo
hasta su puente de mando y me quedo allí un rato navegando, viajar sin mover
las alas es toda una delicia.
—La verdad es que no, nací en un jaulón y no conozco otra vida ¿qué es
lo que hacéis vosotros? —preguntó Frenchi intrigado.
—Pues nos dedicamos a buscar pareja, es muy difícil, los machos
peleamos por conseguir una y ellas sólo elijen a los más atractivos. Eso sí,
cuando consigues pisar a una te vuelves loco y antes de conseguirlo, durante
toda la primavera, te hierve la sangre, revoloteas tras ellas e incluso te
chocas con los árboles porque no miras por dónde vas.
—Parece fantástico.
—No lo creas, después te toca buscar palitos, pelos y cosas así para
construir un nido. Ellas ponen allí los huevos y cuando nacen los polluelos
tenemos que buscar comida sin parar. Suerte que ahora nos acercamos sin peligro
a los bares, nos subimos en las mesas y la gente nos da comida mientras dicen
que acabaremos con colesterol, que no tengo ni idea de lo que puede ser, espero que sea algo bueno.
—Pero… después tendréis una bonita familia.
—¡Qué va! Cuando los pajarillos vuelan seguimos dándoles de comer hasta
que pueden hacerlo solos y entonces no los volvemos a ver.
—Cuánto trabajo. Yo estoy aquí caliente en invierno y fresquito en el
verano, me limpian una vez a la semana, me ponen comida nueva y unas barritas
deliciosas, a veces me cogen y me cortan las uñas y entonces ellos me
acarician. No me extraña que vosotros viváis menos que los que estamos
enjaulados. Oí decir a mis dueños que el otro día una urraca en la heladería se
abalanzó sobre tus hermanos, casi todos escaparon revoloteando pero consiguió
apresar a uno, lo picoteó y se lo llevó volando.
—Lo sé, estaba allí. A veces paso mucho frío, me mojo durante días y
otras tengo muchísimo calor. Lo mismo me resulta dificilísimo encontrar comida
en invierno que encuentro un buen trozo de pan y me puedo hartar ¡Échame otro
poquito! —dijo mientras devoraba el
último grano.
—Toma. Ven cuando quieras y te daré más, así hablamos y me entretengo
un poco.
—Ni lo dudes —Picoteó varias veces, se despidió y emprendió un precioso
vuelo hacia el cielo.
—¿Qué tal Frenchi?, ¿has hecho un amiguito? te traigo agua fresca, que
esa estará caliente.
Bebió varias veces, picó una campanilla verde que colgaba del columpio
haciéndola sonar melodiosamente, luego cantó contento balanceándose y disfrutó
del resto del día. Pensando en quién
vivía mejor de los dos, se durmió hecho una bola y soñó que volaba sobre un río
que discurría entre los árboles.
—¿Algún día podríamos soltar a Frenchi? Me da pena verlo tanto tiempo
encerrado.
—Lo pienso a menudo pero este pájaro y todos sus ancestros llevan
viviendo en jaulas desde tiempos inmemoriales ¿Tú crees que se adaptaría a la
vida en libertad o se lo comería el gato de enfrente a la primera de cambio?
Federico Soubrier García