Ambrosio, con su águila posada en la mano |
Pasear por la playa de Mazagón
tiene un gran encanto pero también lo tiene el hacerlo por ciertas
urbanizaciones. Algunos propietarios ofrecen un muestrario de jardines,
cuidados con tal esfuerzo y esmero, que no solo les alegra la vida a ellos,
sino también, sin saberlo, la vista a nosotros.
Ayer paseábamos casi a la puesta
de sol y de pronto vimos revolotear un pájaro que excedía en mucho las
dimensiones normales de nuestros gorriones o de las espabiladas urracas que
conviven entre nosotros, con su graznido desafiante. Al momento, nos dimos
cuenta de que se trataba de una rapaz y que la estaban adiestrando.
Ali, que así se llama esta joven
hembra, un ejemplar de águila Harris, se posaba en un poyete de ladrillos, el
cual hacía las veces de percha, y volaba como una bala cada vez que la llamaba
su entrenador desde unos diez metros de distancia, aferrándose con sus garras
al guante cetrero de su dueño para degustar los trocitos de carne que obtenía
como premio.
Ambrosio Soriano, que la
adiestraba con esa paciencia casi asiática, allá donde comenzara la cetrería,
nos estuvo contando cómo se había adaptado esta especial mascota a su familia y
el papeleo tan especial que conlleva el poder disfrutar de ella.
Volvimos a casa sabiendo algunas
cosas más y, cómo no, conociendo a Ambrosio y a Ali.
Federico Soubrier