Ayer, a las quince horas
veintiséis minutos, un gilipollas, posiblemente hasta las cejas de todo o con
el cerebro de una nuez, nos ha hecho un adelantamiento en el que ha puesto
literalmente en peligro la vida de los ocupantes de cinco vehículos,
obligándonos a todos a salirnos al arcén. Ha pasado abriendo las aguas como si Moisés condujese para el equipo Ferrari, siendo
imposible ver más de cuatro números de su matrícula, que no es mala pista para
empezar. La locura se ha producido en la carretera nacional 442, llegando a la
altura del Jardín Botánico, camino de Mazagón.
A ese hijo de puta, por muy santa que sea su señora madre, le dedico este
artículo:
“El LINCE ME VA A EXTINGUIR”
Me cuesta
explicarme cómo un chaval que memorizó en las enciclopedias casi todos los
nombres de los animales, no se perdió un programa de Secundino Gallego,
acarició a los lobos de Rodríguez de la Fuente a la vera de su señora, sabía de
las dudas que tuvieron al encontrar un escudo con la piel de un okapi, pensando
que estaba hecho del cuero de cuatro animales, tuvo su cuarto lleno de posters de las especies protegidas allá cuando no
estaba de moda ser ecologista y ya de mayor, durante años por crucifijo de su
cama, puso la lámina del encinar de Doñana, se pueda cagar cada día en los
linces, en los Parajes Naturales y en los programas de protección animal.
El tramo de la
carretera nacional 442 que conecta a Huelva con Mazagón está señalizado como
Paraje Natural desde el kilómetro once hasta el diecisiete, teniendo una
limitación de velocidad de ochenta, lo cual constituye un verdadero peligro
para los conductores que intentan respetarla dado que, en una fracción de
segundos, se te forma una larga caravana de energúmenos pegados a tu trasero sin
mantener la distancia de seguridad ( téngase en cuenta que Tráfico recomienda
aplicar la “regla del cuadrado”, lo cual nos llevaría con un límite de 80 km/h
a 64 metros entre los vehículos y en ellas se comprueba que no se mantienen ni siquiera a siete, como se ve
en las fotografías) que pretenden pasarte y acaban haciéndolo en
adelantamientos múltiples y en espacios prohibidos. Lo hacen incluso los
autobuses. Lamentablemente, esta carretera se ha cobrado ya algunas víctimas y
a mi entender diseñada para una circulación segura y a más velocidad, por
muchos patos o algún lince que puedan cruzar, el taponarla día a día a modo de
embudo, conociendo la aptitud de los conductores, supone un peligro para
quienes se esfuerzan en mantener con su pedal con dificultad los ochenta. El
ecologismo debería empezar donde termina el peligro para las personas.
Ahora nos
plantan una nueva señal de “Atención paso de linces” y en algún cartel está sin
límite de velocidad. Un alemán conduciendo qué puñetas entiende lo que allí pone.
O que me cuenten cómo averigua el lince, que se patea kilómetros y kilómetros
al día, que tiene que pasar por ahí y no del Picacho hacia Mazagón o en otros
tramos más no regulados a este efecto.
El lince y el
Paraje Natural, que me van a extinguir cualquier día con su maldita caravana,
cuenta con grandes proyectos de protección, mucho dinero detrás, personas a las
que no les viene mal que muera uno de vez en cuando, ya que eso mantiene sus
puestos de trabajo y muchas inversiones. Recuerdo algo que dijo en su día
Rodríguez de la fuente cuando le preguntaron sobre la construcción de la
carretera Huelva-Cádiz, alambrada en ambos sentidos y con túneles de paso de
éstos felinos, jabatos y demás, obligados, no optativos al antojo del bicho
“Ningún animal puede amputar el progreso de un pueblo”. Con ella algunos
perderían su trabajo y quizás otros salvásemos la vida.
Pido disculpas
por mi manera de expresarme pero me identifico para lo que sea necesario hasta
el final de sus consecuencias, el tarado de turno que a poco nos mata, indudablemente
no lo hará y posiblemente mañana volverá a poner en peligro nuestras vidas.
Federico Soubrier García