Javier
es sevillano, pero su madre lo trajo a veranear a Mazagón cuando estaba
embarazada de él, y a partir de entonces no hay quien lo saque de aquí. Sigue
viviendo en Sevilla por varias razones, entre ellas su trabajo, pero Javier
siente Mazagón como propio, como algo que lleva desde muy chico en sus
entrañas. Se crió en la orilla del mar en la misma Avenida Conquistadores,
donde sigue teniendo su casa, a la que acude en verano cuando en Sevilla sube
la temperatura un grado más de la cuenta, o en invierno cuando quiere disfrutar
de esa paz tan singular que tiene esta localidad.
Enamorado
de la naturaleza de la que se disfruta en este paraíso, Javier se lo quiere
comer todo cada vez que viene a Mazagón: la playa, en la que hace varios
kilómetros pescando al curricán; se va a pescar en su piragua, a la que sólo le
falta un “mueblebar”, porque lleva de todo; nunca deja de visitar el puerto
deportivo por muy corta que sea su estancia aquí, ya que es un apasionado de la
navegación a vela; realiza largos paseos por las dunas y los acantilados; y cuando
la lengua ya está tan seca que no eres capaz de dar un paso más, mete la mano
en la mochila y te sorprende con un botellín de cerveza muy frío. Javier ha
“bicheado” por toda la geografía de Mazagón y conoce hasta los lugares más
recónditos de estas tierras.
A
Javier le han ocurrido muchas anécdotas en Mazagón a lo largo de algo más de
cincuenta años que vino por aquí, pero esta que voy a contar no ocurrió
precisamente en Mazagón, sino en Tarifa, donde tiene varios familiares y amigos.
En
su época de fumador, Javier compraba el tabaco a los vendedores de estraperlo
en los semáforos de Sevilla; siempre compraba un paquetito de Winston, excepto
cuando se iba de viaje, que se llevaba un cartón. En uno de estos viajes que
Javier realizó a Tarifa para pasar unos días junto a su familia, compró un
cartón y lo echó al maletero de su coche. Estando con uno de sus primos tomando
una cerveza en la puerta de un bar de Tarifa, su primo observó el paquete de
tabaco y dijo:
—Javi,
lo que estás fumando es una porquería, eso no es tabaco ni es “ná”. ¿Dónde lo
has comprado?
—En
un semáforo de Sevilla, donde lo compro siempre. A mí me parece bueno, y además
es barato.
—Ese
tabaco que te venden en los semáforos, no es bueno, no vale para nada. Toma, aquí tienes un
paquete de Winston del auténtico, del Águila
—dijo, al tiempo que le retiraba el otro de sus manos.
Un
rato más tarde, Javier se encontró con otro de sus primos, y después de
saludarle y preguntar por su familia, le ofreció un cigarrillo de su “auténtico”
tabaco del Águila. El primo lo cogió
con cierto desprecio, se lo llevó a la nariz, y luego dijo:
—Primo,
eres un “pringao”. Este tabaco que te han vendido llegó hace un par de semanas
a la orilla, después de que una zodiac lo lanzara al agua cuando estaba siendo
perseguida. Toma, anda, toma, aquí tienes un paquete de los buenos. Tira esa
porquería.
Al
día siguiente, Javier se encuentra con un amigo de los numerosos primos que
tiene en la “Ciudad del Surf”, y lo invita a un cigarrillo de los “buenos”. El
amigo lo rechaza y le dice:
—Javi,
el Winston últimamente viene muy malo. El tabaco bueno, el que se está fumando
ahora, es el Marlboro. ¿Dónde tienes el coche?
—En
la calle de abajo.
—Dame
las llaves, que te voy a meter una caja en el maletero.
—¿Una
caja? Tú estás loco.
—Venga
Javi, que eso no es nada, la repartes con los colegas allí en Sevilla.
Creo
que desde entonces Javier le cogió asco al tabaco, porque al poco dejó de
fumar.
José
Antonio Mayo Abargues