LUIS BOCANEGRA GONZÁLEZ
Tarjeta
de identidad de la Armada/Luis Bocanegra.
Luis
Bocanegra González, Uchy, es un palermo
que lleva la mar en sus venas, ya que desciende de una familia con una amplia
tradición marinera. Su abuelo Luis era propietario de los barcos que se
dedicaban al transporte de personas y vehículos a través del río Tinto. El
padre y el tío trabajaban también en este transporte, y él comenzó achicando el
agua de los transbordadores. Bocanegra tuvo la oportunidad de navegar en el Elcano durante la novena vuelta al mundo
(1996-1997), coincidiendo con el 70 aniversario de la botadura del buque en
Cádiz (1927), recorriendo 30.000 millas y cruzando los canales de Panamá y
Suez. Fue marinero de reemplazo, pero eligió como voluntario el destino para
hacer el Servicio Militar en este buque. En el Elcano
se alistaban siempre marineros voluntarios que elegían destino, pero si después
de hacer una selección faltaban marineros se recurría a cualquier marinero de
reemplazo.
No fue cosa fácil, pues para alistarse en el Elcano había que superar numerosas
pruebas físicas y un exhaustivo reconocimiento médico para evaluar las
aptitudes como marineros. Después de 15 días de instrucción en San Fernando, de
un grupo de 200 marineros fueron seleccionados 40 y enviados al Elcano, donde hicieron las pruebas
psicotécnicas y psicotrópicas y pasaron por la prueba definitiva, que era la de
subir a la cofa, a cerca de 40 metros de altura, y el que no era capaz de subir
quedaba rechazado.
Fue
el LXVIII Crucero de el Elcano,
partiendo de Cádiz el 8 de diciembre de 1996, al mando del capitán de navío don
Sebastián Zaragoza Soto, regresando al mismo puerto el 17 de agosto de 1997. El
itinerario que realizaron fue el siguiente: Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, San
Juan de Puerto Rico, Balboa, San Diego, Honolulú, Osaka, Manila, Bangkok, Port
Victoria (I. Seychelles), Alejandría, Melilla y Cádiz.
La vida en el Elcano
no era fácil, los marineros debían estar dotados de unas excelentes cualidades
físicas, mentales y, sobre todo de un gran control emocional para poder superar
las largas y duras travesías. Hay una frase que los veteranos transmiten a
todos los novatos: El que no sepa rezar,
que vaya por esos mares y ya verá que pronto lo aprende, sin enseñárselo nadie.
«Había que estar muy preparado y yo me
había mentalizado para lo que me esperaba —comenta Bocanegra—. En Cabo Verde desembarcó un cabo que se
partió la espalda y se quedó minusválido, y en Japón desembarcó otro cabo
primero que ya venía con problemas y se volvió loco, perdió la cabeza; y otros
dos marineros más que no pudieron soportar la dureza de la travesía. Fueron
nueve meses embarcados, y sin pisar tierra estuvimos 32 días. Los últimos tres
meses que cogimos el Índico entero y todo el Mediterráneo fue durísimo».
El periodo obligatorio del Servicio Militar
era de nueve meses, pero Bocanegra hizo diez meses como marinero de reemplazo y
fue contratado como marinero auxiliar desde el primer día que embarcó en el Elcano. «Cobraba 78.651 pesetas de sueldo base, más el 175% por navegar en aguas
internacionales. Desde que salimos de Canarias ya empezamos a cobrar el plus de
aguas internacionales. Yo ganaba un buen dinero para aquella época, más de
200.000 pesetas, una pasta. Y como a mitad de la travesía me pusieron de cabo
escuadra, que era el encargado del armamento en la guardia de tierra, me
pagaban también un dinero extra». Bocanegra subía hasta 45 metros de
altura, porque era el encargado del estay, de la escandalosa del mesana y del
mantenimiento del palo. Las jarcias del mesana había que cambiarlas cada mes,
porque los cabos eran de cáñamo embreado y como allí daba la chimenea del motor
los cabos se quemaban con el tiempo. Subían en calzonas y zapatillas, con un
simple cabo amarrado a la cintura; ahora se sube con arnés y trajes
reflectantes, la seguridad se ha extremado al máximo.
El Juan Sebastián de Elcano saliendo de Cádiz el 8 de diciembre de
1996 para iniciar la novena vuelta al mundo/Luis Bocanegra.
«La disciplina en el barco era fundamental
para la buena convivencia, ya que íbamos a bordo 275 tripulantes. Se trabajaba
duro. Los callos que yo tengo en las manos son de el “Elcano”; la barandilla del
mesana la lijé y pinté ocho veces. A todo el bronce que había en el barco
teníamos que sacarle brillo. Te hartabas a limpiar y luego el agua salada y la
humedad de la noche los volvía a poner negros. Me acuerdo que cuando llegamos a
Panamá fui a una farmacia y compré un bote de vaselina para proteger el bronce
durante la noche, luego me levantaba muy pronto para quitar la vaselina sin que
nadie se diera cuenta; un trabajo que era para todo el día, en una hora lo
tenía terminado. Mi truco no pasó desapercibido, pues un oficial se había dado
cuenta y un día mandó limpiar todos los metales y echarles una capa de vaselina
para que estuvieran brillantes cuando llegáramos a puerto. El baldeo al ritmo
del chiflo lo hacían los de guardia, y nos levantábamos a las cinco de la
mañana para baldear durante tres horas, pero si había arrestados éramos
sustituidos por ellos. Solía haber muchos arrestos, por cualquier tontería te
podían arrestar: una pequeña discusión con alguien, por llegar unos minutos
tarde a tu puesto de trabajo, etc. Había una disciplina muy rígida. En el barco
había varios civiles contratados por la Armada, que eran profesionales
imprescindibles a bordo: maestro velero, peluquero, calafateador, carpintero,
maestros de cocina, el cura, y la banda de música. La banda de música, los
maestros, el médico y la enfermera, que era la única mujer que venía a bordo,
estaban exentos de las maniobras generales; los cornetas sí acudían, porque
muchas veces daban las órdenes con la corneta. En la maniobra general, que es
como el zafarrancho de combate, todos teníamos que estar en nuestros puestos en
cinco minutos, siguiendo las órdenes del chiflo del contramaestre. La banda
tocaba por la mañana la música de entrada para la oración, y por la tarde,
cuando se bajaba la bandera se tocaba la música para la efemérides del día, y luego
media hora de orquesta hasta después de la cena, que nos íbamos todos a la cama».
Bocanegra
fue bautizado durante la fiesta del rey Neptuno, una ceremonia en la que se
bautiza al marino que cruza por primera vez el Ecuador. El bautismo consiste en
meter la cabeza en un tonel de agua, luego eliges un nombre y recibes un
diploma acreditativo de tu paso por el Ecuador. Según la tradición de los
antiguos piratas, Bocanegra estaría legitimado para lucir un aro en su oreja
por haber cruzado por primera vez el Ecuador. «Teníamos tres comidas al día y la subsistencia era muy importante.
Había tres cocinas, una para la marinería y cabos primeros, situada en la
cubierta de abajo, una para suboficiales y la otra para los oficiales y
guardiamarinas, en la zona de la mesana. Tú no podías entrar en esos
compartimentos, eran una zona prohibida para la marinería. Si tenías amigos en
la cocina de oficiales o suboficiales, les podías sacar algo extra, algunas
veces le pagaba a uno para que me diera un bistec y una cerveza. Yo era íntimo
amigo del ayudante del contramaestre, que tenía la llave de la bodega de proa,
donde estaban los jamones y los quesos que iban para las recepciones de las
embajadas, y cuando teníamos guardia de noche nos escapábamos con la navaja bien
afilada y le metíamos mano.
Lo más sorprendente y agradable de el “Elcano”,
es que era una embajada flotante y en todos los sitios éramos bien recibidos.
La gente española que venía a vernos se volvía loca. Éramos patria en distintos
países, además, la tripulación se volcaba por agradar a los españoles que nos
encontrábamos en todos los países, porque se les veía la cara de felicidad,
pues cuando subían a bordo y pisaban la cubierta tenían la sensación de estar
pisando un trocito de España, su tierra, su pueblo».
Luis
Bocanegra trepando por un cabo/Luis Bocanegra.
«Salimos de San Diego con mal tiempo con
rumbo a Hawái; el canal de San Diego es como el de Huelva, aunque más corto, y
justo cuando estábamos en la penúltima boya de la salida del canal, a media milla
de la salida, con una mar impresionante se averió el timón del barco, el del
puente, y pasamos al servo de popa, con la mala suerte de que también se averió
y hubo que trabajar con el timón manual, que lo tienen que manejar entre siete
u ocho personas. Tuvimos que anclar el barco, tirando el ancla de estribor para
que el barco se aproara a la mar y se tuvo que levantar la mesana para aproar
el barco al viento, mientras se pasaba del servo al manual. Ya venía un
remolcador de camino porque la situación en el canal con la mar que había era
delicada. Mientras estábamos tratando de reparar el timón, el barco le dio a
una de las boyas y tuvimos que hacer una maniobra general, una de las más duras
que yo viví, teniendo que levantar a medio gas todas las velas, ayudado con el
motor y siete marineros agarrados al timón manual. Yo iba en el mesana y lo
estaba viendo todo, lo primero que pensé es que nos íbamos a hartar, nos estaba
entrando agua por la proa, el barco anclado ya fuera del canal y sin timón
ninguno hasta que conseguimos que pasaran al manual, nos llevamos tres o cuatro
horas con ocho tíos agarrados al timón hasta que conseguimos repararlo. No fue
necesaria la ayuda externa, ya que a bordo iban más de quince profesionales
capaces de reparar cualquier avería. Cuando las condiciones del viento no eran
buenas y el barco no llegaba a alcanzar a vela los tres nudos mínimos, hacíamos
navegación mixta poniendo en marcha el motor, porque había que llegar a los
puertos en los plazos que estaban establecidos. Era un motor diésel, que
alcanzaba una velocidad máxima de 10 nudos.
La travesía más dura fue la de Cádiz a
Las Palmas. Llegamos tarde a Tenerife porque cogimos un Sur impresionante y
rompimos el bauprés, que es el palo de proa que lleva los foques. Nos azotaba
un mar de cabeza y tuvimos que ir capeando el temporal. El bauprés es un mástil
que sale desde el casco del barco a proa, parte del pañol del contramaestre
donde hay una peste a brea insoportable, ya que todos los cabos almacenados
allí estaban embreados y cada vez que el barco cabeceaba entraba toda el agua
en la proa del barco, entonces se empezó a llenar de agua todo el pañol,
llegando el agua hasta el techo. Las bombas que había a bordo no daban abasto y
se tuvieron que meter varios marineros a sacar el agua a cubos. Yo como era
nuevo, de reemplazo, no me dejaban hacer maniobras en cubierta, el trabajo de
cubierta era para los “tirillas” los profesionales —se les llamaba así porque
se distinguían por una tirilla roja en el uniforme—, pero yo pedí permiso al
suboficial, Juan Vidal para echar una mano, y me dejó entrar. Estuve seis horas
allí metido con un olor insoportable a brea, que por momentos era mareante.
Vino el segundo de a bordo y me dijo que me saliera porque era ya mucho tiempo
soportando aquel olor y sacando cubos de agua, y luego me invitó a comer en el
comedor de oficiales. Cuando terminé me volví a meter y estuve doce horas
sacando agua, y así fue como me gané el puesto de cubierta. Al llegar a
Tenerife dijeron que los de reemplazo tenían que ir dentro del barco haciendo
labores en la cocina, lavandería, zapatería, oficinas, etc. Las labores de
cubierta las hacían nada más que los “tirillas” y los guardiamarinas. Los
marineros no podíamos disfrutar de las espectaculares llegadas a los puertos.
Navegar en el “Elcano” es algo apasionante que te curte como persona y te deja una
huella imborrable para toda tu vida».
Luis Bocanegra sigue
viviendo en Palos de la Frontera, en la calle que lleva el nombre del Gran
Almirante, y es técnico de la Escuela de Vela Palos-Cepsa.
Este artículo fue publicado en el periódico Palos Punto Cero en marzo de 2016
José
Antonio Mayo Abargues