03 abril, 2016

HISTORIAS DE LOS MARINEROS PALERMOS EN EL BUQUE ESCUELA “JUAN SEBASTIÁN DE ELCANO” (II)

 LUIS BOCANEGRA GONZÁLEZ

Tarjeta de identidad de la Armada/Luis Bocanegra.

Luis Bocanegra González, Uchy, es un palermo que lleva la mar en sus venas, ya que desciende de una familia con una amplia tradición marinera. Su abuelo Luis era propietario de los barcos que se dedicaban al transporte de personas y vehículos a través del río Tinto. El padre y el tío trabajaban también en este transporte, y él comenzó achicando el agua de los transbordadores. Bocanegra tuvo la oportunidad de navegar en el Elcano durante la novena vuelta al mundo (1996-1997), coincidiendo con el 70 aniversario de la botadura del buque en Cádiz (1927), recorriendo 30.000 millas y cruzando los canales de Panamá y Suez. Fue marinero de reemplazo, pero eligió como voluntario el destino para hacer el Servicio Militar en este buque. En el Elcano se alistaban siempre marineros voluntarios que elegían destino, pero si después de hacer una selección faltaban marineros se recurría a cualquier marinero de reemplazo.

 No fue cosa fácil, pues para alistarse en el Elcano había que superar numerosas pruebas físicas y un exhaustivo reconocimiento médico para evaluar las aptitudes como marineros. Después de 15 días de instrucción en San Fernando, de un grupo de 200 marineros fueron seleccionados 40 y enviados al Elcano, donde hicieron las pruebas psicotécnicas y psicotrópicas y pasaron por la prueba definitiva, que era la de subir a la cofa, a cerca de 40 metros de altura, y el que no era capaz de subir quedaba rechazado.

Fue el LXVIII Crucero de el Elcano, partiendo de Cádiz el 8 de diciembre de 1996, al mando del capitán de navío don Sebastián Zaragoza Soto, regresando al mismo puerto el 17 de agosto de 1997. El itinerario que realizaron fue el siguiente: Cádiz, Santa Cruz de Tenerife, San Juan de Puerto Rico, Balboa, San Diego, Honolulú, Osaka, Manila, Bangkok, Port Victoria (I. Seychelles), Alejandría, Melilla y Cádiz.

 La vida en el Elcano no era fácil, los marineros debían estar dotados de unas excelentes cualidades físicas, mentales y, sobre todo de un gran control emocional para poder superar las largas y duras travesías. Hay una frase que los veteranos transmiten a todos los novatos: El que no sepa rezar, que vaya por esos mares y ya verá que pronto lo aprende, sin enseñárselo nadie. «Había que estar muy preparado y yo me había mentalizado para lo que me esperaba —comenta Bocanegra—. En Cabo Verde desembarcó un cabo que se partió la espalda y se quedó minusválido, y en Japón desembarcó otro cabo primero que ya venía con problemas y se volvió loco, perdió la cabeza; y otros dos marineros más que no pudieron soportar la dureza de la travesía. Fueron nueve meses embarcados, y sin pisar tierra estuvimos 32 días. Los últimos tres meses que cogimos el Índico entero y todo el Mediterráneo fue durísimo».

 El periodo obligatorio del Servicio Militar era de nueve meses, pero Bocanegra hizo diez meses como marinero de reemplazo y fue contratado como marinero auxiliar desde el primer día que embarcó en el Elcano. «Cobraba 78.651 pesetas de sueldo base, más el 175% por navegar en aguas internacionales. Desde que salimos de Canarias ya empezamos a cobrar el plus de aguas internacionales. Yo ganaba un buen dinero para aquella época, más de 200.000 pesetas, una pasta. Y como a mitad de la travesía me pusieron de cabo escuadra, que era el encargado del armamento en la guardia de tierra, me pagaban también un dinero extra». Bocanegra subía hasta 45 metros de altura, porque era el encargado del estay, de la escandalosa del mesana y del mantenimiento del palo. Las jarcias del mesana había que cambiarlas cada mes, porque los cabos eran de cáñamo embreado y como allí daba la chimenea del motor los cabos se quemaban con el tiempo. Subían en calzonas y zapatillas, con un simple cabo amarrado a la cintura; ahora se sube con arnés y trajes reflectantes, la seguridad se ha extremado al máximo.

El Juan Sebastián de Elcano saliendo de Cádiz el 8 de diciembre de 1996 para iniciar la novena vuelta al mundo/Luis Bocanegra.

«La disciplina en el barco era fundamental para la buena convivencia, ya que íbamos a bordo 275 tripulantes. Se trabajaba duro. Los callos que yo tengo en las manos son de el “Elcano”; la barandilla del mesana la lijé y pinté ocho veces. A todo el bronce que había en el barco teníamos que sacarle brillo. Te hartabas a limpiar y luego el agua salada y la humedad de la noche los volvía a poner negros. Me acuerdo que cuando llegamos a Panamá fui a una farmacia y compré un bote de vaselina para proteger el bronce durante la noche, luego me levantaba muy pronto para quitar la vaselina sin que nadie se diera cuenta; un trabajo que era para todo el día, en una hora lo tenía terminado. Mi truco no pasó desapercibido, pues un oficial se había dado cuenta y un día mandó limpiar todos los metales y echarles una capa de vaselina para que estuvieran brillantes cuando llegáramos a puerto. El baldeo al ritmo del chiflo lo hacían los de guardia, y nos levantábamos a las cinco de la mañana para baldear durante tres horas, pero si había arrestados éramos sustituidos por ellos. Solía haber muchos arrestos, por cualquier tontería te podían arrestar: una pequeña discusión con alguien, por llegar unos minutos tarde a tu puesto de trabajo, etc. Había una disciplina muy rígida. En el barco había varios civiles contratados por la Armada, que eran profesionales imprescindibles a bordo: maestro velero, peluquero, calafateador, carpintero, maestros de cocina, el cura, y la banda de música. La banda de música, los maestros, el médico y la enfermera, que era la única mujer que venía a bordo, estaban exentos de las maniobras generales; los cornetas sí acudían, porque muchas veces daban las órdenes con la corneta. En la maniobra general, que es como el zafarrancho de combate, todos teníamos que estar en nuestros puestos en cinco minutos, siguiendo las órdenes del chiflo del contramaestre. La banda tocaba por la mañana la música de entrada para la oración, y por la tarde, cuando se bajaba la bandera se tocaba la música para la efemérides del día, y luego media hora de orquesta hasta después de la cena, que nos íbamos todos a la cama».

Bocanegra fue bautizado durante la fiesta del rey Neptuno, una ceremonia en la que se bautiza al marino que cruza por primera vez el Ecuador. El bautismo consiste en meter la cabeza en un tonel de agua, luego eliges un nombre y recibes un diploma acreditativo de tu paso por el Ecuador. Según la tradición de los antiguos piratas, Bocanegra estaría legitimado para lucir un aro en su oreja por haber cruzado por primera vez el Ecuador. «Teníamos tres comidas al día y la subsistencia era muy importante. Había tres cocinas, una para la marinería y cabos primeros, situada en la cubierta de abajo, una para suboficiales y la otra para los oficiales y guardiamarinas, en la zona de la mesana. Tú no podías entrar en esos compartimentos, eran una zona prohibida para la marinería. Si tenías amigos en la cocina de oficiales o suboficiales, les podías sacar algo extra, algunas veces le pagaba a uno para que me diera un bistec y una cerveza. Yo era íntimo amigo del ayudante del contramaestre, que tenía la llave de la bodega de proa, donde estaban los jamones y los quesos que iban para las recepciones de las embajadas, y cuando teníamos guardia de noche nos escapábamos con la navaja bien afilada y le metíamos mano.

 Lo más sorprendente y agradable de el “Elcano”, es que era una embajada flotante y en todos los sitios éramos bien recibidos. La gente española que venía a vernos se volvía loca. Éramos patria en distintos países, además, la tripulación se volcaba por agradar a los españoles que nos encontrábamos en todos los países, porque se les veía la cara de felicidad, pues cuando subían a bordo y pisaban la cubierta tenían la sensación de estar pisando un trocito de España, su tierra, su pueblo».

Luis Bocanegra trepando por un cabo/Luis Bocanegra.

«Salimos de San Diego con mal tiempo con rumbo a Hawái; el canal de San Diego es como el de Huelva, aunque más corto, y justo cuando estábamos en la penúltima boya de la salida del canal, a media milla de la salida, con una mar impresionante se averió el timón del barco, el del puente, y pasamos al servo de popa, con la mala suerte de que también se averió y hubo que trabajar con el timón manual, que lo tienen que manejar entre siete u ocho personas. Tuvimos que anclar el barco, tirando el ancla de estribor para que el barco se aproara a la mar y se tuvo que levantar la mesana para aproar el barco al viento, mientras se pasaba del servo al manual. Ya venía un remolcador de camino porque la situación en el canal con la mar que había era delicada. Mientras estábamos tratando de reparar el timón, el barco le dio a una de las boyas y tuvimos que hacer una maniobra general, una de las más duras que yo viví, teniendo que levantar a medio gas todas las velas, ayudado con el motor y siete marineros agarrados al timón manual. Yo iba en el mesana y lo estaba viendo todo, lo primero que pensé es que nos íbamos a hartar, nos estaba entrando agua por la proa, el barco anclado ya fuera del canal y sin timón ninguno hasta que conseguimos que pasaran al manual, nos llevamos tres o cuatro horas con ocho tíos agarrados al timón hasta que conseguimos repararlo. No fue necesaria la ayuda externa, ya que a bordo iban más de quince profesionales capaces de reparar cualquier avería. Cuando las condiciones del viento no eran buenas y el barco no llegaba a alcanzar a vela los tres nudos mínimos, hacíamos navegación mixta poniendo en marcha el motor, porque había que llegar a los puertos en los plazos que estaban establecidos. Era un motor diésel, que alcanzaba una velocidad máxima de 10 nudos.

La travesía más dura fue la de Cádiz a Las Palmas. Llegamos tarde a Tenerife porque cogimos un Sur impresionante y rompimos el bauprés, que es el palo de proa que lleva los foques. Nos azotaba un mar de cabeza y tuvimos que ir capeando el temporal. El bauprés es un mástil que sale desde el casco del barco a proa, parte del pañol del contramaestre donde hay una peste a brea insoportable, ya que todos los cabos almacenados allí estaban embreados y cada vez que el barco cabeceaba entraba toda el agua en la proa del barco, entonces se empezó a llenar de agua todo el pañol, llegando el agua hasta el techo. Las bombas que había a bordo no daban abasto y se tuvieron que meter varios marineros a sacar el agua a cubos. Yo como era nuevo, de reemplazo, no me dejaban hacer maniobras en cubierta, el trabajo de cubierta era para los “tirillas” los profesionales —se les llamaba así porque se distinguían por una tirilla roja en el uniforme—, pero yo pedí permiso al suboficial, Juan Vidal para echar una mano, y me dejó entrar. Estuve seis horas allí metido con un olor insoportable a brea, que por momentos era mareante. Vino el segundo de a bordo y me dijo que me saliera porque era ya mucho tiempo soportando aquel olor y sacando cubos de agua, y luego me invitó a comer en el comedor de oficiales. Cuando terminé me volví a meter y estuve doce horas sacando agua, y así fue como me gané el puesto de cubierta. Al llegar a Tenerife dijeron que los de reemplazo tenían que ir dentro del barco haciendo labores en la cocina, lavandería, zapatería, oficinas, etc. Las labores de cubierta las hacían nada más que los “tirillas” y los guardiamarinas. Los marineros no podíamos disfrutar de las espectaculares llegadas a los puertos. Navegar en el “Elcano” es algo apasionante que te curte como persona y te deja una huella imborrable para toda tu vida».


Luis Bocanegra sigue viviendo en Palos de la Frontera, en la calle que lleva el nombre del Gran Almirante, y es técnico de la Escuela de Vela Palos-Cepsa.

Este artículo fue publicado en el periódico Palos Punto Cero en marzo de 2016


José Antonio Mayo Abargues

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