En este 2016 en el que se conmemora el Centenario de la muerte del príncipe
de las letras castellanas, recordamos, con esta muestra documental, la importante
relación de amistad que mantuvieron durante toda su vida Juan Ramón Jiménez y
Rubén Darío.
Corría el 1889 y Rubén Darío no
conocía aún a Juan Ramón, pero este le descubrió a través de unas revistas que
le envió Villaespesa: "Antes de salir yo para Madrid, Villaespesa me había
mandado un montón de revistas hispanoamericanas. En ellas encontré, por vez
primera, algunos de los nombres de aquellos poetas distintos, que habían
aparecido, como astros nuevos de diversa magnitud, por los países, fascinadores
para mi desde niño, de la América española: Salvador Díaz Mirón, Julián del Casal, José Asunción
Silva, Manuel Gutiérrez Nájera, Leopoldo Lugones, Guillermo Valencia, Manuel
González Prada, Ricardo Jaimes Freyre, Amado Nervo, José Juan Tablada y siempre
Rubén Darío, Rubén Darío, Rubén Darío".
Un día recibió
una tarjeta de Madrid invitándole a ir a la capital para alistarse en las filas
de los jóvenes poetas para la gran causa modernista. La tarjeta estaba firmada
por Villaespesa y Rubén Darío, en la que
le llamaba «hermano», Juan Ramón reunió todos sus poemas y salió para Madrid. Años
después de esta llamada, seguían vivas en el corazón de Juan Ramón la alegría y
la emoción del instante: «¡Rubén Darío! Mi casa blanca y verde se llenó toda,
tan grande, de estraños espejismos y ecos májicos. El patio de mármol, el de
las flores, los corrales, las escaleras, la azotea, el mirador, el largo balcón
de quince metros, todo vibraba con el nombre de Rubén Darío… Yo, modernista; yo
llamado a Madrid por Villaespesa con Rubén Darío; yo, dieciocho años y el mundo
por delante, con una familia que alentaba mis sueños y que me permitía ir
adonde yo quisiera. ¡Qué locura, qué frenesí, qué paraíso!»
Tenía dieciocho
años, Rubén Darío treinta y tres. Desde aquel momento la amistad duraría hasta
la muerte de Rubén Darío, y después se conservaría viva en la memoria de Juan
Ramón. Los dos poetas eran de carácter y condición muy diferentes. Darío se
entregaba a los placeres mundanos, Juan Ramón los rehuía. Sin embargo, estas
diferencias les acercaban. Jiménez veía en Darío al gran artista y al hombre bueno
y noble en sus aspiraciones. Darío descubrió en Jiménez, además del genio
poético, un idealismo muy alto y una profunda humanidad que no todos habían
advertido.
Tras su
muerte, según testimonios de quienes lo vivieron, Juan Ramón evocaba en muchas
ocasiones a Rubén Darío, en charlas literarias y conversaciones. A veces
sonreía con ternura acordándose de algún episodio gracioso de la vida de Darío,
o de alguna fanfarronada de cuando el alcohol le había privado de pleno dominio
de sí, y se arrepentía después.
Cien años
después de su muerte, mostramos los documentos más desconocidos de la relación
entre ambos, como las primeras cartas que se cruzaron, la revista Helios, donde
colaboró Rubén Darío a instancias de Juan Ramón, el poema mecanografiado y
anotado de Juan Ramón dedicado a su amigo cuando se enteró de su fallecimiento,
algunos poemas del nicaragüense que conservaba Juan Ramón y que después donó a
la Biblioteca del Congreso de Washington, y los bocetos de su proyecto para
reunir en un libro toda la documentación de su relación con Rubén Darío, así
como algunos libros de Rubén Darío que conservaba Juan Ramón en su biblioteca.