MANUEL ANTONIO GUERRA
Tarjeta
de identidad de la Armada.
Manuel
Antonio Guerra Librero se crió en la barriada Río Gulf de Palos de la Frontera.
Guerra navegó en el Elcano como marinero
de reemplazo en el LXVII Crucero de Instrucción, del 7 de enero al 14 de julio
de 1996, al mando del capitán de navío don Manuel Calvo Freijomil. El
itinerario fue el siguiente: Cádiz, Las Palmas, Salvador de Bahía, Buenos
Aires, Simon’o Town, Ciudad del Cabo, Fortaleza, Puerto España, Santo Domingo y
Marín.
Guerra
había elegido como futuras plazas para hacer el Servicio Militar, Huelva, la
Aviación en Sevilla o cualquier destino en Cádiz. Terminado el periodo de
instrucción le tocó quedarse en el Cuartel de Instrucción de San Fernando, en
San Carlos, sin un destino asignado. Allí preguntaron a todas las compañías que
componían el cuartel, que todos los que no tuvieran destino y se quisieran
alistar al Elcano podían solicitarlo.
De la Compañía Magallanes, a la que
pertenecía Guerra, salieron nueve voluntarios para el Juan Sebastián de Elcano. De entre los voluntarios de todas las
compañías hicieron una selección, y él tuvo la fortuna de embarcar en el Elcano.
Le
toco destino en la brigada S, que eran los que acudían a la cocina. El oficial
le preguntó a qué se dedicaba en la vida civil, y él respondió que era
estudiante, y como tampoco era muy importante tener conocimientos de hostelería
lo mandaron a cocina. «Había cuatro
comedores: Marinería, que estaba en la cubierta de abajo; Oficiales, debajo de
popa; Suboficiales, en un lateral del mayor popel, y Guardiamarina, en el otro
lateral del mayor popel. Allí el que tenía idea de cocinero iba directamente a
realizar las labores propias de la cocina, el que no, a repartir. Mi misión en
el comedor era servir la comida a 18 oficiales. Además, me habían asignado
cuatro camarotes de oficiales para hacerles las camas y la limpieza. Nos daban
de comer bien y la comida no era mala, pero a pesar de ello había distinciones
en las comidas de los mandos y la marinería, y si querías algo especial tenías
que pagarlo de alguna manera. Yo le llevaba un par de latas de cerveza bien
frías al cocinero y me hacía una tortilla igual que la del comandante».
El Elcano navegando con todas las velas
desplegadas.
Yo dormía en el sollado de popa, un
sitio muy reducido donde hay que aprender a convivir con los compañeros, y
también con las cucarachas americanas que te visitan con mucha frecuencia, y hasta
que te acostumbras te pasas algunas noches sin dormir.
Cruzamos el Ecuador en febrero, y nos
tenían preparada una fiesta sorpresa, la fiesta del Rey Neptuno, el dios del
mar, en la que se bautiza a todos los marineros que pasan por primera vez el
Ecuador. Todo está preparado del día antes, nadie sabe nada, excepto los
mandos. Neptuno baja por un cabo desde la cofa, se va al puente, saluda al
comandante y ya empieza la fiesta, comenzando por los bautizos; para ello se
corta un mechón de pelo, se mojan las cabezas con agua del mar, y luego se bebe
ron. La fiesta continúa durante todo el día y hay actuaciones y diversas
actividades.
El Rey Neptuno con el comandante.
Cortando
un mechón de pelo a un marinero, como marca la tradición del bautismo.
Una
noche, entre Buenos Aires y Ciudad del Cabo, un marinero cayó al agua en una
maniobra general, era el compañero que dormía debajo de mí, marinero de
reemplazo como yo. Sobre las dos de la mañana hubo que virar por exigencias del
rumbo y tocaron maniobra general, y rápidamente todos acudimos a nuestros
puestos. De repente sonó una voz desde el puente diciendo: ¡hombre al agua! El
de popa tiene instrucción de tirarle un cabo con un salvavidas y una colchoneta
con un foco que alumbra hacia arriba para poder localizarlo, pero con la mala
suerte de que cayó hacia abajo. Había una tempestad tremenda y estaba
lloviendo, y como con el foco no conseguíamos localizarle, se echó una zodiac;
mandaron arriar las velas y arrancar el motor, pero frenar un barco como el “Elcano”
no es fácil. El teniente médico decía que si lo encontrábamos ya no estaría
vivo, porque un cuerpo con la temperatura que tenía el agua no aguantaba más de
diez minutos. Afortunadamente iba muy arropado y conseguimos salvarlo y lo
llevamos a la enfermería donde estuvo más de una semana superando el shock.
Luego nos contó que fueron los veinte minutos más amargos de su vida. Escuchaba
nuestras voces lejanas y veía que el barco aparecía y desaparecía por momentos.
Incidentes importantes hubo muchos durante la
travesía, pero el más grave de todos, curiosamente ocurrió en tierra. Fue en
Brasil, en Fortaleza Norte. Cuando llegábamos a tierra, todos los que no tenían
guardia podían salir hasta las siete de la mañana del día siguiente, hora en la
que se pasaba revista, y seguidamente te podías marchar si no tenias guardia.
Unos compañeros de Madrid que no tenían guardia fueron a Fortaleza y alquilaron
un bugui para pasearse por las dunas de las playas de Fortaleza, con tan mala
suerte que el bugui volcó y se partieron clavículas y brazos. Hubo que
mandarlos en avión para Madrid.
Antonio
Guerra a la izquierda de la foto, en el folklórico barrio de La Boca
(Argentina), donde se crió el futbolista Diego Armando Maradona.
Otro de los incidentes importantes fue
un temporal impresionante que duró dos días, entre Buenos Aires y Ciudad del
Cabo; entraba agua a bordo por todos los sitios: por las escaleras por los
sollados, por los camarotes… Lo pasamos mal y hubo muchos desperfectos: velas
caídas y rotas, los botes salvavidas arrancados de sus bancadas, etc. Cuando
llegamos al Cabo de Buena Esperanza, el barco había quedado en muy malas
condiciones y no podíamos hacer una entrada airosa en Ciudad del Cabo. Cuando el “Elcano”
entra en los puertos todo el mundo se pone en situación encima de los palos,
toda la tripulación formada, el barco en condiciones, pintado de dos o tres
días antes, la noche anterior se le dan los últimos retoques para que esté todo
perfecto, pero nosotros tuvimos que ir directamente a reparación porque el
temporal lo había dejado hecho un desastre. Entramos a reparar en el puerto de
Simon’s Town (Sudáfrica)».
Así amaneció uno de los botes, tras los
efectos del temporal.
La
tripulación de el Elcano realizando reparaciones
de envergadura en el puerto de Simon’s Town (Sudáfrica), después del fuerte
temporal sufrido durante dos días.
Este artículo fue publicado
en el periódico Palos Punto Cero en
abril de 2016
Fotografías: Antonio Guerra
José Antonio Mayo Abargues