Muerte
del fugitivo “Otete”
Las
constantes batidas y repetidos apostaderos ordenados por el alférez de
Carabineros don Agustín Solís, comandante militar de Moguer, y ejecutadas por
las fuerzas combinadas de Carabineros, Guardia Civil, Falange y Cívica, han
dado en el día de hoy un magnífico resultado.
Al
venir hace pocos días hacia el campo de Moguer el tristemente célebre “Lirio”,
se unió al no menos conocido maleante “Otete”, siendo la preocupación de todo
el vecindario, que temía en cualquier momento sucesos desagradables. Los
servicios de las fuerzas eran constantes y hoy, domingo, estando un grupo de
las fuerzas, mandadas todas por el sargento de carabineros señor Domínguez,
apostadas en un chozo, vieron aparecer a los citados fugitivos que se dirigían
a donde ellos se encontraban.
Pronto
se dieron cuenta de que les esperaban, disparando, siendo entonces repelida la
agresión, viendo las fuerzas cómo al disparo de sus fusiles caía mortalmente
herido el “Otete”, mientras que su compañero emprendía precipitada carrera, no
siendo hallado a pesar de habérsele perseguido y buscado, asegurándose que va
herido.
Se
elogia por todos la actuación eficaz y constante del comandante militar, señor
Solís, y de las fuerzas a sus órdenes, y nosotros queremos hacer resaltar esa
labor, felicitando al señor Solís y a todas las fuerzas que han actuado con tan
eficaz resultado.
Odiel, martes 19 de enero
de 1937
Manuel
Piosa, el Lirio. Foto: Huelva
Información.
Lo
que no sabía el comandante Solís, es que dos días después, Manuel Piosa, el Lirio, se había escondido en su casa
por temor a correr la misma suerte de su compañero Isidoro González Garrido, Otete,
y estuvo sin ver el sol más de 32 años. El
Lirio, uno de los llamados “Topos” del franquismo, fue protagonista del
cautiverio más largo de este dramático episodio de la historia de España.
Excepto
sus padres, su hermana y su cuñado, nadie sabía en el pueblo de su existencia.
Hacía la vida en un desván, donde contribuía al sostenimiento de la economía
familiar, aliñando aceitunas, haciendo dulce de membrillo y liando cigarrillos
para la tienda que su hermana regentaba en Moguer. En la cuadra cavó un hoyo
del tamaño de una tumba para esconderse, soportando el hedor del estiércol.
Durante todo este tiempo nunca se separó de su escopeta y de los cuatro
cartuchos que guardaba.
En
un periódico leyó que el Decreto-Ley 10/1969, de 31 de marzo, declaraba
prescrito cualquier delito cometido con anterioridad al 1 de abril de 1939, y
el 6 de junio de 1969, decidió salir de su escondrijo y volvió a ver el sol.
José
Antonio Mayo Abargues