«Los jabegotes», un artículo
publicado en la Bética (Sevilla, 15 de julio de 1915), escrito
por el moguereño Juan Ríos Sarmiento, posiblemente el primer autor en referirse
en un texto impreso a Marzagón..
José Luis Gozálvez Escobar
Al leer el
documentado artículo de mi amigo José Antonio Mayo sobre el nombre de nuestra
playa de Mazagón, he vuelto a revisar el viejo texto de Ignacio Espina,
publicado hace años en las «Cartas del lector» de Huelva Información,
retomado por Pablo Rodríguez-Thorices Arroyo, precisamente en la revista
«Marzagón» del año 2000.
Lejos de
polemizar con los filólogos moguereños, tan solo quiero subrayar que desde un
punto de vista histórico es harto complejo justificar el origen de Mazagón en
la deformación, consciente o no, de un originario Marzagón o Marzagán.
Un impuesto como
el de la marzaga, a pagar en
metálico y en el mes de marzo y, encima, por las mujeres de la playa, es a
todas luces un puro artificio. Primero, por la escasez demostrable de la población,
que percibía buena parte de sus ingresos en especie, en pescados, y que apenas
les permitía supervivir. En segundo lugar, porque a pesar de existir desde
fines del siglo XVI una población estable en el entorno de la torre del Oro, de
almonteños sobre todo, la mayor afluencia de pescadores, a veces con sus
familias, tiene lugar en la temporada alta de las sardinas y el atún, que no
coinciden con el mes de marzo precisamente. En último lugar porque ni la marzaga es un impuesto exclusivo de
pecheras, de mujeres; ni, si así lo fuera, hubiera compensado desplazar
administradores para recaudarla, dada la escasa presencia femenina, aun en las
temporada alta de las pesquerías, y su lamentable situación económica.
No dudo de la
imposibilidad de hacer derivar Mazagón de Marzagón –no podría discutirlo un
humilde historiador-, pero me temo que el error estribe en la base del
planteamiento.
Me remito a los
argumentos que plantea José Antonio Mayo. Pero, además, estoy dispuesto a
aceptar incluso que Marzagón fuera por un tiempo el término usual entre los
moguereños para referirse a nuestra playa, así como popularmente los médanos
fueron «meanos» o, sin ir más lejos, que la torre del Oro fuera la del
«Loro». Por antonomasia se indica, como define en «Términos lingüísticos»
la Real Academia de la Lengua, que a una persona o cosa le conviene el nombre
común con el que se la designa, por ser, entre todas las de su clase, conocida
o característica, aunque se ignore por completo el motivo. Así, el Sabio por antonomasia es Alfonso
X, la Red por antonomasia
es Internet y en Moguer por antonomasia Marzagón pudo haber sido el nombre de
nuestra playa.
Pero para nada
explica que exista una justificación objetiva, ni lingüística, ni menos aún
histórica. Creo conocer medianamente bien las fuentes más importantes sobre las
costas onubenses, incluidas las cartográficas y, salvo las que se originan en
Moguer, Mazagón prima muy por encima de Marzagón.
Por eso mismo no
tengo inconveniente, sino todo lo contrario, en reproducir aquí «Los
jabegotes», un artículo publicado en la Bética (Sevilla, 15 de julio de 1915), que firma, desde
Moguer, un ilustre y desconocido krausista, Juan Ríos Sarmiento. Coincidió con
Juan Ramón Jiménez en el Ateneo sevillano y perteneció a la corriente que
exaltó el folklore «como la compleja ciencia del alma popular», como la definió
Manuel Machado.
Creo que en las
líneas de Ríos Sarmiento está el origen de relacionar Marzagón, el nombre que
utiliza para denominar a la playa, con el marzaje o marzazgo,
como denomina al tributo señorial que se percibía por los derechos de pesca en
estas aguas. Aunque no explica nada más.
Relata los
avatares de los jabegotes, los pescadores del arte de jábega, que, en
julio como es lógico, cuando se inicia la temporada alta de la sardina, acudían
en un número considerable. Se trata de pescadores del levante español y
portugueses, que en algunos textos denominan pescadores nómadas, porque
siguen a las sucesivas pesquerías del año.
Espero que nadie
trate de devolverme este artículo de 1915 como un argumento de autoridad. Queda
demostrado desde hace mucho, mucho tiempo, que en letra impresa se comenten
tantos o más errores que en la hablada.