14 de julio de 1971
Muchos
más fresones que nunca estamos comiendo los españoles en estos meses de mayo y
junio. Y no porque esa fruta (que realmente no es fruta, como luego veremos)
nos guste más que antes, sino por la sencilla razón de que en nuestro país se
ha incrementado notablemente el cultivo del fresón, llegando ahora la
producción a más de siete mil toneladas anuales, cantidad que aún será bastante
mayor en el año próximo. Aparte queda la fresa, a la que está ganando mucho más
terreno el fresón, más rentable que aquella por más resistente, es decir, por
conservarse durante más tiempo en buen estado de presentación y consumo.
En
España, aparte Aranjuez, nombre éste tan estrechamente vinculado ya a las
fresas y fresones, se producen considerables cantidades de fresón en los
términos municipales de Moguer, Palos de la Frontera y Lucena del Puerto, en la
provincia de Huelva; en varias zonas de Málaga y Granada; en la sierra de
Francia, términos de Linares de Riofrío, Sequeros, Garcibuey, Valero, San
Martín del Castañar y otros, y en la provincia de Barcelona, tanto en la costa,
entre Pineda y Mataró, como más al interior, en los pueblos de San Cipriano,
San Acisclo de Vallalta, Arenys de Mut, San Andrés de Llavaneras, San Vicente
de Montalt y Argentona. Como hay más de cuarenta variedades de fresón, en cada
comarca o zona se cultiva la más adecuada, según terreno y clima.
Parece
ser que la fresa es originaria de los Alpes, y que los antiguos romanos las
apreciaban mucho. Ovidio y Virgilio las mencionan en sus obras. Se conocieron
sólo en estado salvaje hasta el siglo XVI, en que comienzan a cultivarse en
jardines. Aparte de ser siempre delicioso postre, en tiempos pasados se le
atribuyeron diversas cualidades terapéuticas. En su libro “Comilones y
sedientos”, el doctor Blanco Soler dice que “Raimundo Lulio curaba la lepra
mezclando fresas con la quinta esencia de oro y perlas; Miraved usa su jugo
para evitar fluxiones de párpados, que engordan los ojos y los empequeñecen; un
enfermo del célebra Van Smiten sana de la tisis, en dos meses, comiendo
abundantes platos de fresa; madame Tallien se baña en agua de fresas para
conservar su hermosura; Fontenelle achaca su longevidad al desayuno de fresas,
y Linneo —concluye el doctor Blanco Soler— se ve libre de la gota, haciendo lo
mismo que Fontenelle”.
Más
ahora ya nadie emplea fresas y fresones como medicamentos, sino como postre
exquisito, mezclado con azúcar y, según los gustos, con leche, nata, champán,
vino tinto seco o zumo de naranja. En cualquier caso, conviene lavar
previamente esa fruta —para quitarle tierra y otras impurezas, pues es planta
rastrera— con agua acidulada con 10 por 100 de vinagre; así no se desprenden en
el lavado los ácidos que contienen su sabor y fragancia. Sólo después de esta
operación se quitan los rabillos verdes; si se hace antes del lavado puede
penetrar en la fruta y disminuir sus cualidades. Mas lo importante siempre es
la limpieza con agua, por ser planta, fresa y fresón, que se crían sobre el
suelo, que ha debido recibir abundante estercoladura de ganado equino o
porcino. Otra nota característica de este cultivo es que, para evitar la
evaporación de la humedad del terreno, se suele cubrir éste con trozos de
plástico de color negro.
¿CASTIGO
DIVINO?
La
palabra fresa y su aumentativo fresón, proceden de la voz latina “fragea”,
plural del neutro “fragum”. Sin embargo, la marquesa de Parabere cuenta en su
“Historia de la Gastronomía” que el nombre del fresón deriva del apellido del
naturalista Fraisier, a quien Luis XIV envió en 1712 a Suramérica para que
trasplantase a Francia especies vegetales desconocidas en Europa, entre las
cuales figuró el fresón.
Refiere
también dicha autora que cuando Francisco I estuvo prisionero en Madrid, sintió
este monarca deseos de comer fresas, que le fueron traídas de Francia, pues
aquí eran ignoradas. Algunos palaciegos españoles, tras saborear aquella
delicia, sustrajeron fresa para plantarla en sus huertas y jardines. Al no
germinar creyeron ser castigo divino por el hurto, pues no sabían que esa fruta
no se reproduce y multiplica por simiente, sino por acodos. Luego ya no hubo
más fresas en nuestro país hasta que otro francés, siendo rey de España Felipe
V, sintió nostalgia del menudo y sabroso fruto, que le trajeron de Versalles y
él aclimató en Aranjuez, dando así origen a la famosa producción fresera del
real sitio.
Sólo
nos resta apuntar que fresa y fresón, aunque sean calificados de frutas, no son
tal realmente, sino el receptáculo floral y carnoso de las fresas, en el cual
van insertos los verdaderos frutos en forma de aquenios, es decir, esa especie
de duras espinillas que asoman en la superficie.