Fuente: www.laregion.es
XABIER R. BLANCO
Hace unos veranos, un vasco de los que resuelven la consulta de una dirección llevándote hasta la puerta comentó durante el trayecto que Galicia no acostumbra a ser cuna de afamados cocineros como Euskadi porque es tierra y mar de productos que se defienden solos en el plato. El producto es el mismo, la mano en la cocina ha mejorado, pero basta un garbeo por otros pagos para comprender que en el trato y la atención al cliente queda un trecho por recorrer para estar a la altura de los principales destinos del negocio turístico, y más del de calidad. Si ésta es la apuesta, piedras, paisaje y producto no llegan para que el personal mantenga el rumbo al año siguiente.
"¿Cómo no voy a tener mesa para usted?", responden en un garito de Mazagón (Huelva) con la terraza petada cuando preguntas si puedes comer a las cuatro de la tarde. El padre fija al cliente, el hijo juega al tetris con las mesas y al minuto ya han apuntado la consumición en la factura. No se trata de simpatía, es negocio. Días después, en un local de cuenta parecida en A Coruña consiguen espantar el apetito en la misma puerta. "Voy a preguntar porque son ya las tres y media y estamos a punto de cerrar la cocina". Nos llevan cinco décadas de ventaja en atención al turista y la costumbre no se aprende en las escuelas de hostelería aunque ayuden.
Galicia estableció el año pasado la plusmarca de visitantes al superar los 5 millones de alojamientos, cifra alejada de los 11 millones que lleva Cataluña en los primeros siete meses o de los 7,9 que registran tanto Canarias como Baleares, a pesar de un descenso medio del 4,9% en el mes de julio por la recuperación de destinos como Túnez o Egipto. El producto es bueno pero la mesa cojea.