EL ROQUERO SOLITARIO
Rafael
R. Porrino
A pesar del título de
este post, no vamos a hablar hoy de Johnny Cash, ni nuestro protagonista toca
la guitarra ni viste de negro. Y es que bajo el singular nombre de “roquero
solitario” se esconde un ave paseriforme
de tamaño mediano, emparentada con mirlos y zorzales, que forma parte del
elenco ornitológico de Mazagón.
Macho
en plumaje invernal, con escamas en el pecho.
El roquero solitario, cuyo nombre científico es Monticola solitarius,
es similar a un mirlo, aunque de menor tamaño y de silueta más esbelta, con
pico negro más largo y fino. El color
de los machos es muy distintivo, pues su combinación de azul oscuro con alas
negras le hace inconfundible, incluso cuando en invierno el azul pierde
intensidad y el pecho aparece barrado. Hay que puntualizar, no obstante, que el
color azul sólo se aprecia en toda su intensidad cuando el ave se observa en
buenas condiciones de luz y a corta distancia. Las hembras adultas, mucho más
discretas, son grises con motas pardas en las partes inferiores del cuerpo, si
bien suelen presentar algo de tinte azulado. Los pollos y jóvenes son de tono
marrón oscuro y muy moteados y escamados.
Hembra
de roquero solitario, con su típico
plumaje moteado.
Se trata de un ave con
una amplia área de distribución mundial que abarca países de ambas orillas del
Mediterráneo, Oriente Medio, Asia central y oriental, y el sudeste asiático. España, y dentro de ella Andalucía, alberga
una importante población asentada sobre todo en comarcas de media y alta
montaña. Se alimenta de insectos, si bien no desdeña los frutos silvestres de
matorrales y arbustos, y también forman parte importante de su dieta pequeños reptiles que captura con
su alargado y puntiagudo pico.
Las
salamanquesas también son parte de la dieta del roquero solitario.
El roquero solitario no
toma su nombre, como es obvio, de su afición a la guitarra eléctrica, sino por
su preferencia por roquedos, cortados
rocosos, cresterías, cañones fluviales, minas y ambientes rupícolas en general.
No obstante, también habita en ruinas históricas y edificios abandonados o con
poco trasiego humano, tanto aislados en el campo (castillos, viejos cortijos,
puentes, instalaciones mineras, etc.) como dentro de pueblos que cuentan con caserío
tradicional bien conservado y construcciones antiguas. Evita bosques, zonas
forestales, humedales y cultivos.
Roquero
solitario asomando sobre un médano. Foto Luis Urbina Cabrera.
Así, en la Sierra de
Aracena es común dentro de pueblos y aldeas, donde es conocido por los serranos
con el nombre de “filomena”, palabra cuya etimología griega se relaciona con la
música o el canto. La explicación es sencilla: el roquero solitario emite un
canto aflautado y melódico, sutil pero muy hermoso.
CANTO ROQUERO SOLITARIO
El apelativo
“solitario” de su nombre hace referencia a que es un animal del que no veremos
grupos o bandos (a diferencia de parientes como los zorzales), sino que generalmente se avista a la pareja o a un
único ejemplar, excepción hecha de las familias en época de nidificación.
Cada ave o pareja suele defender su territorio frente a otros individuos
intrusos.
Normalmente
se ven individuos aislados.
La relación del roquero
solitario con Mazagón es curiosa,
pues como es sabido en nuestro entorno
no existen roquedos ni otros hábitats rupícolas. Además, se trata de una especie residente; es decir, que no
migra, permaneciendo en el entorno de las zonas de cría a lo largo de todo el
año. Áreas de cría que no incluyen
Mazagón ni sus alrededores, pues las poblaciones reproductoras más próximas
son las del pie de Sierra Morena, la Cuenca Minera y el bajo Andévalo, con
alguna pareja aislada en el entorno septentrional de Marismas del Odiel.
Acantilado,
océano y roquero solitario. Típica estampa del Asperillo.
Las claves de la presencia del roquero
solitario en Mazagón son dos: por un lado, los acantilados y médanos de arenisca de Mazagón y El Asperillo
conforman un hábitat que se asemeja a los roquedos de los que gusta el roquero,
aun cuando en ellos no haya rocas.
Hábitat
del roquero solitario en Mazagón. Acantilados del Asperillo.
Por otra parte, si bien
es cierto que es una especie residente, hay ejemplares que tras la reproducción
realizan desplazamientos de corto
alcance desde sus zonas de cría con el objeto de trasladarse a áreas de
menor altitud con inviernos menos rigurosos y mayor disponibilidad de alimento,
como es la playa de Castilla. Curiosamente, la inmensa mayoría de ejemplares
que se observan en Mazagón son machos.
Este fenómeno de desplazamientos
estacionales del roquero solitario es bastante desconocido y está poco
estudiado en la Península.
Roquero
solitario al sol en una grieta de los acantilados del Parador. Foto Luis Urbina Cabrera.
Así pues, es entre mediados de septiembre y finales de marzo
cuando mayormente podremos disfrutar de esta bonita ave en Mazagón. Se trata de un pájaro muy escaso aquí, pues apenas un puñado
de ejemplares inverna cada año entre nosotros. Sin embargo, no por ello
resulta complicado de avistar, debido a que el roquero solitario es un
magnífico ejemplo de lo que los ornitólogos referimos como especie conspicua: su tamaño, el tipo de paisaje abierto que
frecuenta y sus hábitos -suele pasar mucho tiempo posado en sitios elevados,
como las cumbres de los médanos- lo hacen muy visible y fácil de detectar a
pesar de su escasez. Eso sí, aunque su colorido y silueta son muy
característicos, cuando localicemos un pájaro oscuro posado en los acantilados habremos de tener cuidado para no confundirlo con
el mirlo común o el estornino negro, con quienes en ocasiones suele compartir
posadero.
Su
largo pico es muy característico de la especie. Foto Luis Urbina Cabrera.
Como ya se ha dicho, el mejor lugar para disfrutar del
carismático roquero solitario en Mazagón son los acantilados y médanos,
especialmente en el tramo entre las Casas de Bonares y Arenosillo.
Anecdóticamente, en alguna ocasión se ha llegado a avistar en el puerto
deportivo. Un sitio recomendable son los
acantilados de la playa del Parador, que podemos escudriñar caminando por
la playa a ambos lados de la bajada. Estos ejemplares que viven en invierno
entre Mazagón y Matalascañas constituyen la única población de la especie en el
Espacio Natural Doñana.