Con la pleamar apareció una
mañana varada en la playa, anónima, sin folio ni letras que la pudieran
identificar, alguien clavó su oxidado rezón próximo a la duna y se mantuvo al
ritmo de las aguas, entre flota y descansa en la arena, hora proa al este hora
proa al oeste pero, eso sí, siempre muy marinera con sus estabilizadores para dificultar
la zozobra, blanca y azul, unos dos metros y medio de eslora a los que poco
tardaron en robarle el tablón que conformaba el asiento central.
No obstante, y a pesar de que a
alguno se le ocurrió cambiar el ancla hacia la línea orillada en bajamar, ella,
algo más expuesta a la corriente comenzó a navegar un poco con los cambios de
corriente que hacían garrear por el fondo el rezón de
araña, día tras día, noche tras noche, constante, impasible y terca, obstinada
en recalar.
La verdad es que la busco con la
mirada cada mañana y me apena verla enfrentarse a las rocas que aun afloran de
algún pequeño espigón, eso sí,siempre orgullosa, altiva y firme, esperando que
la hunda un temporal, alguna ola traicionera o poder llegar a Puerto Barato
para ser recuperada o morir en el lugar.
Poco imaginará su dueño, aquél
que disfrutara de jornadas marineras con su bonita patera que, ella espera y
espera, mientras navega sola, que la vengan a buscar.
Federico Soubrier