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07 agosto, 2020

¡QUÉ ASCO DE PLAYA!

Federico Soubrier García

¡Qué asco de playa! Oí decir a la señora que salía del agua a unos metros del lugar en el que me encontraba, mientras comprobaba con el termostato de mis pies la temperatura del agua.

¿Cómo podía hablar así la mujer que minutos antes paseaba, orilla arriba y abajo, tomando el sol, posiblemente con cara de felicidad bajo su mascarilla, mientras hablaba risueña por teléfono  y saludaba alegremente a su marido que concluía los últimos lances de pesca ante la llegada de bañistas?

Estando en un paraje incomparable, la zona del Vigía en Mazagón pasó a ser nuestro paraíso cuando decidimos elegirla como residencia, desde donde podemos contemplar a diario el trasiego de los buques más variopintos, mercantes, dragas, cruceros, gaseros, veleros y pesqueros que nos alegran con su devenir, ¿cómo menta esta mujer ruina?

Difícil no adorar un ecosistema habitado por una amplísima gama de aves, tanto en la zona marina como en el pinar, ruta de gaviotas que van o vienen de dormir en Isla Saltés o delfines que, de vez en cuando, se dejan ver en sus incursiones por la ría en busca de la infinidad de especies que pueblan sus aguas, imposibles de evaluar, ¿qué pega se puede encontrar a este enclave singular?

¿Cómo alguien puede estar descontento en la Playa del Vigía?, un entorno que se engalana durante la época estival con el fondeo de pequeñas embarcaciones, a las que se suman los kayaks deslizándose aquí y allá, las tablas de paddle con sus remeros en pie y las de windsurf con los vivos tonos de sus velas cortando el agua gracias al viento y a la pericia de sus navegantes sin igual.

¿Es que esa mujer no apreciaba el intenso azul del cielo en un día de ensueño?, ¿el verde de los pinos pugnando por arrimarse a la playa o el leve contraste entre blanquecino y azúcar moreno de las hileras de pequeñas dunas que los separan del agua?

Seguro que se me ha pegado algún toque chovisnista, provocado por la visión de innumerables amaneceres, atardeceres y noches de luna, contemplando cómo las boyas, ahora verde, ahora roja, juegan a destellar dos veces, la una mientras se apaga la otra, sirviendo de lazarillos a navegantes nocturnos siempre acompañadas de la iluminaria de aquella aldea flotante que generan cada noche la decena de buques anclados al otro lado del espigón, esperando su paso al puerto interior.

Cautivado como estaba por el paseo de día anterior, en el que había contemplado a los pescadores deportivos afanándose por capturar algún pez incauto de los pocos que no saben latín, seguía sin entender a la señora, recordaba a los bañistas atónitos contemplando cómo evolucionaba en la misma orilla colmando la playa entera, entre sus piernas, un cardumen de boquerones que emitía destellos plateados o negros según la respuesta que diese el banco con sus contracciones o dilataciones a los ataques de bailas y anchovas que intentaban esquilmarlos, a la vez que las golondrinas de mar las emulaban con su picados de flecha, realizando verdaderas piruetas desde el aire, para salir con alguno, incluso dos, en el pico después de la zambullida, ¿habría playa más entretenida y hermosa que la del Vigía?

¡Pues sí! Se vino abajo el encanto.

Lamentablemente, tenía razón la señora, ¡qué asco de playa¡ Con la marea baja te puedes olvidar de todo lo anterior, la arena deja paso al fango, un cieno negro que te cubre hasta los tobillos, una maldita plasta resbalosa se extiende por doquier, tal y como te mueves, vas generando una nube de barro en el agua a tu alrededor, metes la mano, la sacas y te quedas de piedra, menuda porquería. Quiero pensar que alguien se ocupa y responsabiliza de la salubridad de la zona.

¿Qué estamos promocionando? Tantas señalaciones en los accesos, protección civil, vigilantes de playa, megafonía en varios idiomas, cribado diario de la arena, recogida nocturna y limpieza de contenedores en las dunas. Ahora no entiendo cómo aguantan los fines de semana los cientos de personas que hasta aquí se desplazan, cuando llega la asquerosa marea baja.

Sería faltar a la verdad no aclarar que este nefasto episodio solo se da en la bajamar.

Me pongo a investigar un poco y encuentro un estudio de la “Dinámica del litoral, defensa y propuesta de mejoras en las playas con problemas”, emitido por Fomento en el 2013. A casi todas las soluciones allí planteadas aluden repetitivamente un problema y un remedio: Descompensación sedimentaria en la playa del Muelle del Vigía. Para reducirlo, hay que verter la suficiente arena para formar el hemitómbolo.

Aunque me suene a chino, posiblemente por ahí pase la solución, o tal vez sea otra, qué sé yo, no sé de quién o quiénes serán las competencias, ni quién el responsable de haber comprobado lo que está sucediendo, si será nocivo ese cieno para la salud o no, de lo que sí estoy seguro es que o alguien se pone manos a la obra o  este paradisiaco lugar irá cada vez a peor y, sobre todo, de que se le quedará para siempre la inmerecida coletilla de ¡QUÉ ASCO DE PLAYA!