José Ferrer, a la izquierda de la foto, tomada en Las Bahamas. Foto Familia de Ferrer
La carabela,
que había sido construida en un astillero de Guetaria (Guipúzcoa), salió rumbo
a Palos el 24 de agosto de 1962, al mando del capitán pamplonica, Carlos Etayo
Elizondo. Partió con una tripulación escasa, ya que aquella carabela construida
en el siglo XX, copia de la que llevó Colón en el siglo XV, ofrecía pocas
garantías de conseguir su objetivo; lo que unido al poco atractivo económico
que tenía la aventura, hacía desistir de la idea de enrolarse en ella a
cualquier marinero que se acercaba a verla. Pero de haber tenido un aliciente
económico, la aventura se hubiera visto desvirtuada.
La tripulación la componían ocho
hombres: Carlos Etayo, teniente de navío de la Armada, capitán de la carabela y
jefe de la expedición, natural de Pamplona. Antonio Sagaseta, sacerdote,
natural de Pamplona. José Valencia, patrón de pesca, natural de San Sebastián.
Antonio Aguirre, pescador, natural de Fuenterrabía (Guipúzcoa). Robert Marx,
periodista y arqueólogo, norteamericano. Michel Vialars, veterinario, francés.
Nicolás Bedoya, marinero y carpintero, natural de Ferrol (Galicia). Bedoya era
un viejo lobo de mar, y el más viejo de toda la tripulación, pues había
cumplido ya los sesenta y nueve años. Además, iba también como tripulante el
periodista onubense, Jesús Hermida, que embarcó para hacer la travesía de
Guetaria a Palos y conocer la vida de la carabela y así poder escribir con
conocimiento de causa durante el resto del viaje. No fue posible reclutar a nadie
más. Veinte días más tarde la Niña II
llegaba a La Rábida, ante la expectación de numerosos curiosos que no daban
crédito a lo que estaban viendo.
Una vez en La Rábida necesitaron que
alguien se hiciera cargo de cuidar la carabela y contrataron de guarda a José
Ferrer Robles, natural de Palos de la Frontera, conocido en su pueblo por el
sobrenombre de Rompejato. A Ferrer le
fascinaba la idea de la aventura y, desde un principio, quiso enrolarse en la
carabela. El capitán le preguntó a qué se dedicaba, y él le dijo que en la
actualidad era pescador de almejas y que, en otros tiempos, también había sido
pastor. Ferrer había estado enrolado en varios pesqueros de motor dedicados a
la captura de la almeja, por lo que no tenía ninguna experiencia en la
navegación a vela. Lógicamente el capitán rechazó su solicitud. Hubo varios
marineros de Palos que se presentaron en la carabela con intención de enrolarse
en ella, pero cuando conocían las condiciones económicas que les ofrecían y
veían aquella débil embarcación, se echaban atrás.
En esos días se embarcó un nuevo
tripulante, y además, marino de profesión, un sevillano llamado Manuel Darnaude,
que había estado en Guetaria presenciando la salida de la carabela y prometió
embarcarse en Palos. Darnaude era piloto de la Marina y le apasionaba la
navegación a vela.
El conjunto de instrumentos básicos
con los que contaba la Niña II eran
irrisorios, arcaicos y temerarios para enfrentarse a una travesía de esta
envergadura: un sextante y un cronómetro para determinar la latitud y longitud,
y una brújula. Para avisar a otros barcos de su presencia, en caso de niebla,
utilizaron una caracola. Para el alumbrado llevaban candiles de aceite y velas
de cera. La nave era gobernada por un sistema muy rudimentario: una pala en la
popa accionada por una caña que, cuando la mar azotaba tenía que ser manejada
por varios hombres. Todo se había dispuesto para emular el viaje de Colón en el
siglo XX. Incluso escucharon misa en la Iglesia de San Jorge y hasta cenaron
una noche en La Rábida ataviados con trajes del siglo XV, en el mismo comedor
que cenó Colón la noche antes de su partida. La misa fue oficiada por el
capellán de la carabela, Antonio Sagaseta. A este acto solemne y emotivo
acudieron numerosos vecinos y las autoridades de la localidad encabezadas por
su alcalde, don Manuel Maresca. Al final del acto fueron invitados por el
Ayuntamiento de Palos a un desayuno. La particularidad de este viaje, lo que
hizo que fuera más heroico, es que la Niña
II no llevaba al lado a la Pinta
ni a la Santa María. La Niña II iba sola.
El hermano mayor de la Hermandad de
la Cinta, Patrona de Huelva, regaló a la tripulación un mosaico con la imagen
de la Virgen de la Cinta, con una inscripción de las súplicas que hizo Colón
desde la carabela Niña cuando, de
regreso de América, fue sorprendido por una tempestad en el Cabo de San
Vicente. El superior del Convento de La Rábida, donó a la tripulación de la
carabela una medalla y una imagen de mármol de la Virgen de los Milagros, ante
la que Colón y los hermanos Pinzón rezaron antes de partir para América. Cuenta
la historia que la imagen de la Virgen de los Milagros fue llevada por Colón en
la carabela Santa María.
Durante la estancia de la carabela en
aguas onubenses, los ayuntamientos de Huelva, Palos y Moguer, se volcaron con
sus tripulantes de una manera extraordinariamente hospitalaria. Asimismo,
contribuyeron con generosidad al abastecimiento de víveres para la expedición.
Huelva regaló, entre otras cosas, higos, leña y carbón; Moguer surtió a la
carabela de vino de la tierra y pan; Palos les regaló una gran cantidad de
frutos de la tierra y treinta barriles de agua de la fuente de la Fontanilla,
la misma fuente de la que se surtió Colón. El capitán tenía serias dudas con la
elaboración del pan, por el endurecimiento de éste en la travesía Guetaria-La
Rábida, y a pesar de que el panadero de Moguer le aseguraba que sus panes
podían durar hasta dos años, el capitán no se fió y le encargó también ochenta
kilos de harina, “por si las moscas”.
El 19 de septiembre de 1962, después
de la misa oficiada por el capellán de la nave, Antonio Sagaseta, ante la
imagen de Nuestra Señora de los Milagros, tuvo lugar la salida oficial hacia el
Nuevo Mundo, con todas las banderas y gallardetes desplegados. Las autoridades
civiles y militares de Huelva, una representación de la comunidad franciscana
de La Rábida y un equipo de Televisión Española, embarcaron en una canoa para
acompañar a la Niña II hasta la boca
de la barra. La salida estaba prevista para las diez de la mañana, pero el
capitán Etayo decidió salir una hora antes para aprovechar el viento que
soplaba de popa en la bajamar, dejando con la miel en los labios a un marinero
de Punta Umbría, llamado Indalo, experto en el manejo del timón que venía de
camino hacia La Rábida para embarcar en la carabela; y a los vecinos de Palos
que esperaban su llegada en el muelle de la Calzadilla. El adelanto de la
salida no sentó nada bien a los vecinos de Palos, después de que su pueblo
acogiera con una hospitalidad extraordinaria a los tripulantes de la carabela
durante su estancia en La Rábida. Estos vecinos se habían dado cita a las diez
de la mañana en el muelle de la Calzadilla, donde la carabela tenía previsto
llegar remolcada por la canoa de los Prácticos, para iniciar desde allí su
salida.
Los tripulantes de la Niña
II izando el aparejo del trinquete. Foto: Herederos de Roberto Méndez
Adalid Rowalls
La carabela llegó a la barra de
Huelva a la hora prevista por el capitán, y el Gobernador militar, don Pedro
Merry Gordon, fue el encargado de despedirla oficialmente, subiendo a bordo
para desearles un feliz viaje y una exitosa aventura. Asimismo, todos los
barcos que acompañaban a la embarcación la despidieron con insistentes toques
de sirena, a los que la carabela contestaba con la primitiva caracola. La Niña II salió de la barra de Huelva con
la vela cuadrante desplegada, en la que llevaba la Cruz Colombina y la
inscripción “Santa Clara”, primer nombre que tuvo la carabela que mandó
construir en la ribera de Moguer su propietario, el moguereño Juan Niño.
José Ferrer había pedido
insistentemente ser admitido como tripulante en la carabela, pero el capitán
quería marineros con experiencia capaces de enfrentarse a esa odisea. Y en el
último momento, cuando el Práctico ya estaba a punto de despedirse, el capitán
Etayo lo invitó a embarcarse en la Niña
II. Ferrer no lo dudo ni un instante, subió a bordo con lo puesto, se quitó
una llave que llevaba colgada al cuello y se la lanzó a su hermano que se
encontraba en una embarcación pesquera próxima. Era la llave de un baúl donde
guardaba todas sus pertenencias.
Tal vez el adelantar la salida no se
debiera al aprovechamiento de las condiciones atmosféricas, sino a “un cabo que
se había quedado suelto”. Etayo había estudiado detenidamente todos y cada uno
los detalles del viaje de Colón, y no se le podía escapar que en la Niña II no había ninguna representación
palerma, como ocurrió en 1492. El dejar en tierra al timonel de Punta Umbría,
pudo ser algo premeditado. José Ferrer estaba predestinado para emular a sus
paisanos de la gesta descubridora.
Colón había llevado en las carabelas,
cabras, gallinas, cerdos y algunos animales más que fueron repartidos en las
tres carabelas, tocándole a la Santa
María llevar la mayor parte de ellos por ser la mayor de las tres. El viaje
de la Niña II se tenía que asemejar
todo lo posible al realizado por Colón, pero las dimensiones de la carabela
eran demasiado reducidas como para meter un cerdo con el que tuvieran que
convivir durante toda la travesía, respirando un hedor insoportable. Entonces
pensaron en llevar únicamente dos animales, una gata llamada Linda y una cabra a la que bautizaron
con el nombre de Pinzona. Y tal vez
por estar más familiarizado con el trato de los animales por su antigua
profesión de pastor, le tocó a José Ferrer ser el encargado del cuidado de
estos dos animales. La cabra Pinzona
desapareció por voluntad de la tripulación a mediados de noviembre; Michel y
José Valencia fueron los encargados de hacer llegar su carne a una olla donde
fue guisada, convirtiéndose en uno de los mejores manjares de la travesía. La
gata Linda tuvo un final más incierto,
pues nadie pudo dar cuenta de su desaparición. Se supone que cayó por la borda
en un golpe de mar. Nada se supo de ella.
José Ferrer con la gata Linda y la cabra Pinzona. Foto: Familia de Ferrer
La Niña II cumplió su objetivo al llegar a San Salvador el 25 de
diciembre de 1962, después de haber sufrido numerosas adversidades, entre las
que se encuentra una avería del timón, que junto con la ausencia total de
viento, retrasó el viaje cuarenta y dos días. Aunque el capitán Etayo aseguró
que nunca estuvieron perdidos, las fuerzas aéreas norteamericanas fueron
movilizadas para localizar a la carabela, que no daba señales de vida y se les
suponía ya por perdidos en el océano. El día 30 de noviembre, un avión de la
Marina de los Estados Unidos localizó a la Niña
II y les lanzó una balsa salvavidas y una radio portátil, que no pudieron
utilizar por sufrir una avería al caer al agua, además de una radio boya con la
que terminaron comunicándose con el siglo XX, algo con lo que no estaba nada de
acuerdo el capitán Etayo, ya que la aventura había perdido carácter. El avión
les envió el rumbo y la distancia para llegar a la isla más cercana —isla
Barbuda—, pero Etayo consideró que mientras no hubiera peligro para sus tripulantes,
había que continuar con la aventura.
El día 3 de diciembre dos aviones
sobrevuelan la carabela y les envía un mensaje para ofrecerles víveres. El
capitán decide someterlo a votación, ganando el rechazo. José Ferrer fue uno de
los que votó en contra de aceptar víveres, pero los que habían votado a favor
no tenían muy buen aspecto y el capitán solicitó que los enviaran. Finalmente,
después de luchar varios días para alcanzar San Salvador, que ya estaba a la
vista, fueron arrastrados mar adentro y terminaron por pedir remolque a la base
naval americana.
La Niña de Colón tardó en la travesía treinta y tres días, mientras
que la Niña II lo hizo en setenta y
cinco días, debido a esta avería. A su llegada a la isla los tripulantes fueron
recibidos como héroes al haber realizado esta travesía trasatlántica.
La llegada oficial tuvo lugar el día 26 de
diciembre, ante un grupo de unas sesenta personas que esperaban su llegada en
la playa. El primero en desembarcar fue José Ferrer portando el pendón de los
Reyes Católicos. Después de desembarcar, los nueve barbudos tripulantes
acudieron a la iglesia católica de Coch Burn Town, ataviados con trajes del
siglo XV, donde el capellán de la nave, Antonio Sagaseta ofició una misa.
La prensa internacional hizo un
amplio eco de la noticia de la arribada de la Niña II a San Salvador con espectaculares titulares y amplios
reportajes como el publicado en el Everin
Star, el periódico de mayor tirada en Washington, con el siguiente titular:
«La Niña II completa el viaje que Colón
hizo en 1492»; Le Monde (París) «La Niña ha llegado a las Indias
Occidentales»; France Soir (Paris)
«La Niña II ha hecho de nuevo, en
setenta y cinco días, el viaje de Cristóbal Colón».
Aquella aventura no fue un reto
competitivo, ni se trataba de batir un récor, sino de ampliar los conocimientos
del viaje de Colón y estudiar las dificultades de la navegación en aquellas
carabelas. La experiencia sirvió para desmontar algunas leyendas sobre las
dimensiones de la carabela colombina. La Niña
II se había construido con unas medidas considerablemente más pequeñas,
aunque era demasiado inestable, debido al diseño de su obra muerta que
provocaba fuertes balances y, como consecuencia de ello, la entrada de agua en
la embarcación.
La vuelta a España de la tripulación
se retrasó algo más de la cuenta por problemas económicos, pues dependían de la
venta de la carabela para pagarse el traslado. Durante la estancia en Nassau se
alojaron en los hogares de unos españoles residentes en la isla, y tuvieron la
necesidad de cobrar las visitas a la carabela para recaudar fondos, pero
aquello no daba para mucho. Más tarde se trasladaron a Nueva York y desde allí
regresaron a España invitados por el trasatlántico Covadonga.
La Niña II fue vendida al magnate de la televisión mexicana, Emilio Azcárraga. La carabela fue llevada a Veracruz por su capitán, Carlos Etayo. Se instaló en una exposición en México y después quedó anclada permanentemente en Acapulco como atracción turística.
Según la lista de pasajeros, José
Ferrer debería haber desembarcado en La Coruña pero, por algún motivo que se
desconoce, continuó viaje a Bilbao, desplazándose luego a Madrid, para desde
allí trasladarse a Huelva en un camión de la empresa Hermanos Vázquez, que subían con frecuencia a la capital a llevar
almejas. En Palos recuerdan el día que llegó como un hecho histórico; Ferrer se
había convertido en una persona importante, en un héroe, y tuvo un masivo y
caluroso recibimiento por parte de sus vecinos, que esperaban impacientes su
llegada en la calle Cristóbal Colón, una calle muy propia para este
recibimiento.
Fue condecorado por el Gobierno de
España con la prestigiosa Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica,
una distinción que tiene por objeto premiar aquellos comportamientos
extraordinarios de carácter civil, realizados por personas españolas y
extranjeras, que redunden en beneficio de la Nación, o que contribuyan, de modo
relevante, a favorecer las relaciones de amistad y cooperación de la Nación
española con el resto de la comunidad internacional.
José Ferrer Robles falleció el día 28
de agosto de 1974 a los 51 años de edad, víctima de un cáncer de laringe. Sus
restos descansan en el cementerio de Palos de la Frontera.
En el primer aniversario de su muerte, el pueblo de Palos le rindió homenaje dedicándole una calle con su nombre y colocando una placa para perpetuar su memoria. La placa fue descubierta por el entonces alcalde de la localidad, don Urbano Cortegano López, en un acto al que asistieron las autoridades locales y numerosos vecinos.
Este artículo ha sido extraído del libro "Rompejato", de José Antonio Mayo Abargues. Fue publicado por la Comunidad de Regantes de Palos de la Frontera en marzo de 2016.
José Antonio Mayo Abargues
Mazagón, enero de 2021