Estos acantilados, que se extienden a través de 28 kilómetros, hasta la población vecina de Matalascañas, son una barrera entre el mar y el inmenso bosque de pinos piñoneros. En las mareas de alto coeficiente, los golpes de mar van robando terreno a los acantilados, y en los cortes que producen se aprecia el color de las diferentes arenas que los componen. Observar el mar desde la cima es algo verdaderamente fascinante.
El contraste del mar con el verde de los pinos y el color canela de las dunas
móviles, que amenazan con sepultar todo lo que se encuentran a su paso, es una
preciosa estampa digna de plasmar en un lienzo. Visita este sitio a primeras
horas de la mañana. Te quedarás con una imagen que nunca se va a borrar de tus
retinas.