El autor de este artículo hace un análisis sobre la percepción del trabajo y su constante evolución desde las viejas creencias religiosas hasta nuestros días, subrayando sus virtudes y desvirtudes, y tocando temas como la dignidad, la servidumbre, la esclavitud y el consumismo. Un artículo que nos hará reflexionar a todos sobre el concepto equivocado que tenemos del trabajo.
Breve reseña del
autor
José
Millán García nació hace 84 años en Piedrahíta (Ávila). Estudió Magisterio y
comenzó a ejercer su profesión en 1958 en distintos pueblos de la provincia de
Ávila. Llegó a Palos de la Frontera como destino definitivo en 1963, localidad
en la que vivió y trabajó como maestro durante 22 años, hasta que en 1985, se
trasladó a Mazagón, donde inauguró el colegio El Faro. Se jubiló en esta
localidad en 1997, a los 60 años. Le gusta jugar al mus, hacer crucigramas,
leer libros de astronomía y una buena tertulia con los amigos.
José
Millán García
A lo largo de diversas civilizaciones el concepto de
trabajo ha sido cambiado, para beneficio de algunos y para desgracia de otros.
En una sociedad como la nuestra influenciada desde siglos por la tradición
judaica y acentuada, también siglos atrás, por un concepto calvinista con sede
principal en Centroeuropa (basado en la creencia de que mediante el trabajo se
redime el hombre ante los ojos de Dios y que además este esfuerzo le reporta
dinero para poder adquirir bienes materiales, que cuanto más tenga más alto es
su prestigio social, con prioridad sobre otros valores humanos), esta creencia,
digo, va ganando adeptos hasta casi generalizarse (se salen de esta regla los
monjes contemplativos y los muy ricos) sobre otra mentalidad no bárbara (en
sentido romano) que es la mediterránea, la cual tenía otro sentido del trabajo
y otros intereses en su forma de vida. Recordemos la etimología de las palabras
trabajo y negocio; la primera es sinónimo de látigo o cilicio, la segunda es la
negación del ocio. ¿Quién realizaba estos menesteres en la época de mayor
esplendor de la cultura griega? por supuesto no las personas más privilegiadas
y ociosas: filósofos, políticos, artistas, etc., lo denigrante y pesado quedaba
para los esclavos. El ocio, que no el “nec ocium”, se reservaba para las
personas libres y cultas que les reportaba mayores satisfacciones a su espíritu
que el arrancar con sudor los frutos a la tierra o comerciar y mercadear con
estos productos. Para ellos la vida tenía un sentido no masoquista en cuanto
que todo giraba en torno al regalo del cuerpo y del espíritu. Ahora tendemos a
inculcar en nuestras mentes la dignidad en el trabajo además de considerar que
todos los trabajos son iguales de dignos. Desde mi punto de vista no hay
dignidad en el trabajo que tenemos que hacer para poder comer, como no lo hay
en la caza del león a la cebra o el canto del mirlo, la dignidad es un atributo
humano que recae en el trabajador, no en el trabajo. Posiblemente ese concepto
lo inventara alguien para que el que estaba arando la tierra no se revelara al
pensar lo que, mientras tanto, estaba haciendo el señorito.
¿Quién no añora una vida de ocio? El programado, el
alienado por una sociedad que ha trastocado los valores en parte. Digo en
parte, porque el que dispone de recursos sigue realizando su vida a imagen y
semejanza de los hombres libres de la época clásica.
Bien es verdad que la mentalidad actual no es la de hacer
la división de los hombres en libres y esclavos, todo lo contrario, un hombre
debe ser igual y tener los mismos derechos en la sociedad que otro hombre,
claro que para eso debe contar con los mismos medios (para encontrar esto
habría que buscarlo en otras civilizaciones). Transcribo aquí un párrafo de
“Las memorias de Adriano” en el que habla el emperador y dice: “Dudo que toda
la filosofía de este mundo consiga suprimir la esclavitud; a lo sumo le
cambiará el nombre. Soy capaz de imaginar formas de servidumbre peores que las
nuestras, por más insidiosas, sea que se logre transformar a los hombres en
máquinas estúpidas y satisfechas, creídas de su libertad en pleno sometimiento,
sea que, suprimiendo los ocios y los placeres humanos, se fomente en ellos el
gusto por el trabajo tan violento como la pasión de la guerra entre las razas
bárbaras. A esta servidumbre del espíritu o la imaginación, prefiero nuestra
esclavitud de hecho”.
Si esta sociedad exige trabajar para mantener el estatus
alcanzado, tendremos que hacerlo, pero tendremos que hacerlo todos, ¿Qué no hay
trabajo para todos?, pues habrá que repartirlo, pero desechando de nuestras
mentes el consumismo, no haciendo objetivo prioritario el índice de productividad
y los beneficios obtenidos con el trabajo y sudor del de enfrente. Esto no
quiere decir que haya que poner freno a la tecnología y al progreso, pero sí
decir que estos se encaminarán a mejorar el grado de bienestar general y no el
de las multinacionales o el del que ya tiene mucho
Y puesto que ya no hay esclavos, demos a las máquinas los
trabajos monótonos y forzados, ya que son más rápidas e incansables, y que su
capacidad de trabajo repercuta en mayor tiempo de ocio para el hombre.
En este sistema ha interesado exaltar el trabajo como una
virtud. Decir: “es muy trabajador” a veces equivale a decir “es un buen
hombre”. Decir que “trabaja como una mula” o “es un perro” es encumbrarlo o
denigrarlo sin tener en cuenta otras capacidades y comportamientos, tanto del
perro como de la mula, en cuanto a otros servicios que puedan prestar. Las
horas de trabajo de una mula se pueden traducir a pesetas más fácilmente que la
vigilia del perro por el cuidado de la casa. Ejemplos de ello los encontramos
en el tan cacareado “milagro alemán” el cuento de la “cigarra y la hormiga”,
etc. Ideas que puedan exponer formas de vida distintas no interesan porque
perjudicarían los intereses del sistema. Si alguien llega a pensar que es
francamente poco lo verdaderamente necesario para poder vivir, ya se
encargarían los “listos” de crear necesidades en los demás bajo el lema de
“calidad de vida” o el de “estado de bienestar”, entendiendo por esto que hay
que consumir productos nuevos y usar aparatos de alta tecnología y escasa
duración por quedar obsoletos en poco tiempo. Por supuesto que nadie quiere
renunciar a no pasar hambre, ni frío, ni calor, pero de ahí a tirar al
contenedor alimentos y
electrodomésticos, los primeros por caducidad, dada su acumulación
excesiva, y los segundos, aún en buen estado, porque les falta la última
“virguería”…
De las grandes revoluciones históricas, pienso que la
primera, la del Neolítico, con la agricultura se redimió al hombre de su
trabajo y preocupación diaria por la búsqueda de alimentos, con los que tener
más tiempo de ocio, el progreso y la inventiva se desarrollaron. Pero la
segunda gran revolución, la industrial, esclavizó el hombre a la máquina y
aunque en general haya beneficiado a la humanidad, de entonces a hoy no han ido
parejos el avance tecnológico con el avance social, en cuanto a trabajo se
refiere. Así que repartamos entre todos el trabajo que no puedan realizar las
máquinas y tocaremos a poco. Respetemos también el derecho a “realizarse” con
el trabajo a aquellos que no quieran o no sepan hacer otra cosa, o que su
ideología les impulse a ello siempre que sea para beneficio de la sociedad y no
para el lucro personal ya que deberían conformarse con la satisfacción que
reporta quitarse el aburrimiento y sentirse más útiles.
Profesionalícese todo quehacer con exigencia de responsabilidades individuales y ejérzase la autoridad, no institucionalizada, ni heredada, sino la reconocida en una persona atendiéndose a los méritos de inteligencia y capacidad. Ya no se admite que la autoridad recaiga por designio divino. Hasta no hace mucho, los reyes, emperadores y caudillos lo eran por la gracia de Dios, aunque en ocasiones se pensase que era porque Dios quería hace una gracia, que por supuesto no todos se la reían. Ahora parece que es la voluntad del pueblo el que la da y la quita a pesar de los esfuerzos que hacen por mantenerla los que la han conseguido. Realícese el liderazgo con espíritu de servicio como otro trabajo cualquiera y asúmalo el que valga y quiera pero sin exigir privilegios. Encuentre en él la satisfacción de gestionar y poner en práctica ideas propias que repercutan en el bien social o en la recreación de la obra bien hecha, puede que esto incline la balanza contra los obstáculos que ha de vencer. Reconozcamos en el trabajo bien hecho un mal menor y necesario para poder vivir, pero no vivamos solo para trabajar, por muchas virtudes y santidades que le queramos dar al trabajo. La vida es otra cosa.
Mazagón,
enero de 2021