Llegó
a tener más de 100 habitantes estables en 1950
La gran repoblación forestal de Doñana, que tuvo su inicio en los años cuarenta, y que supuso un cambio sustancial en el paisaje y ecosistema de estas tierras, trajo consigo la construcción de varios poblados con el fin de alojar a las familias cerca de los terrenos de plantación.
En el paraje del Abalario,
en el cruce donde confluyen los caminos que llevan al Loro; Los Cabezudos; El
Acebuche, y Ribetehilos, se construyó en 1941, uno de los poblados más
importantes de esta repoblación. Hasta entonces la única construcción que
existía en la zona era una casa-cuartel de Caballería, pues aquella era una
situación estratégica desde donde los carabineros allí destinados controlaban
el tráfico de contrabando que entraba por los médanos de la playa del Asperillo.
Estos carabineros, que vivían en unas condiciones precarias porque no les
llegaba el sueldo y tenían que recurrir a la caza, a la pesca y a la producción
del huerto propio, entre otras formas de subsistencia, de pronto se vieron
rodeados de numerosos vecinos que vinieron a dar vida a aquel lugar inhóspito.
Casa
de los carabineros del Abalario, junto a dos barracones a principios de la
década de 1940. Al fondo de la imagen podemos ver una de las primitivas chozas
construidas por los nuevos colonos. Fuente: El
Abalario, un paisaje en construcción.
Los nuevos pobladores comenzaron
levantando sus viviendas al estilo de las centenarias chozas de Doñana, con una
estructura de pino y la cubierta inclinada a dos aguas, recubierta con junco y
barrón. Más adelante aquel asentamiento fue evolucionando y se comenzaron a
construir las definitivas casas de obra, hasta conformar un núcleo de población
que llegó a tener más de 100 habitantes estables en 1950. El Abalario fue el
primer poblado construido por el Patrimonio Forestal del Estado, organismo
estatal encargado de la repoblación.
Pozo
de agua del Abalario. A su lado se encontraba la casa-cuartel de
Caballería/José Antonio Mayo.
Al principio la vida de
estas personas no fue muy diferente a la de los carabineros, teniendo que
valerse de los mismos medios para subsistir, aunque nunca les faltó un guiso de
conejo en el fogón de las chozas. No tardaron en tener sus corrales de gallinas
y alguna que otra piara de cabras que les proporcionaba, además de la leche, la
carne. Y una vez a la semana, cuando el tiempo era bueno y lo permitía, un
“costero” iba a Almonte en un carro tirado por mulos para traer los artículos
más necesarios que le encargaban los vecinos, como arroz, azúcar y café.
Con los años la
repoblación fue avanzando y requería ya menos mano de obra, mermando
considerablemente el número de habitantes, que no llegaba a alcanzar el medio
centenar en 1965. En los años posteriores el poblado entró en decadencia,
siendo habitado por algunas familias como segunda vivienda durante varios años, hasta que fue abandonado totalmente.
Hoy, de este poblado solo
quedan retazos de su historia y un pozo de agua como único testimonio de lo que
un día fue un importante asentamiento de población, donde sus habitantes
trabajaron en condiciones muy duras, en una época de posguerra difícil y
complicada.
José
Antonio Mayo Abargues
Pozo
de agua del Abalario. A su lado se encontraba la casa-cuartel de
Caballería/José Antonio Mayo.
Al principio la vida de
estas personas no fue muy diferente a la de los carabineros, teniendo que
valerse de los mismos medios para subsistir, aunque nunca les faltó un guiso de
conejo en el fogón de las chozas. No tardaron en tener sus corrales de gallinas
y alguna que otra piara de cabras que les proporcionaba, además de la leche, la
carne. Y una vez a la semana, cuando el tiempo era bueno y lo permitía, un
“costero” iba a Almonte en un carro tirado por mulos para traer los artículos
más necesarios que le encargaban los vecinos, como arroz, azúcar y café.
Con los años la
repoblación fue avanzando y requería ya menos mano de obra, mermando
considerablemente el número de habitantes, que no llegaba a alcanzar el medio
centenar en 1965. En los años posteriores el poblado entró en decadencia,
siendo habitado por algunas familias como segunda vivienda durante varios años, hasta que fue abandonado totalmente.
Hoy, de este poblado solo
quedan retazos de su historia y un pozo de agua como único testimonio de lo que
un día fue un importante asentamiento de población, donde sus habitantes
trabajaron en condiciones muy duras, en una época de posguerra difícil y
complicada.
José Antonio Mayo Abargues